Amuka
Pupu’
Petate
Un Arte Ancestral Xinka
Hay que tener mucha paciencia para hacer un petate, porque si no se agarran bien las hebras del tule, el tejido queda mal y ya no se puede arreglar. La historia que les contare es de una señora que conoci cuando era pequeño, La Tia Tina ( Q.D.E.P ) a sus 70 y tantos años, La tia Tina tenia la experiencia suficiente para no cometer ese tipo de errores. Por espacio de Muchas decadas los habia confeccionado.
En la actualidad, doña María enseña a sus nietos como lo hizo un día con sus hijas.
Su nieta Vilma Catalina Cruz, de 12 años, revela a sus compañeros de escuela los secretos de este arte ancestral.
La Tia Tina vivia en el amatillo, junto a sus hijos y nietos. Ella aún vestía como sus antepasados e iba descalza.
Materia prima
En la elaboración de los petates se utiliza el tule. Pero de esta fibra que crece de forma silvestre en las orillas de ríos y tiene la forma de los palillos y también se hacen otros utensilios.
Para hacer los petates se arranca el tule (no se corta, se arranca al igual que la mata de frijol), luego se le quita la corteza, lo que sirve para las esterillas. La médula interior se emplea como liana, en algunos casos, para amarrar los tamales.
Hay petates de colores. Para hacerlos, la mezcla de agua y anilina se pone a hervir. “En ella se introduce la fibra hasta que toma el color deseado”, dice doña María.
El tejido implica el sacrificio de permanecer hincado por horas y el procedimiento se compara al bordado de un hermoso tapete. Al inicio, los pies sirven para detener las ramitas de tule.
En la medida que va aumentando el tamaño, la persona se puede sentar en el piso para trabajar de forma más cómoda la pieza hasta que se termina.
La Tia Tina se hacia dos petates en un día, los cuales vendia en el mercado por una misera cantidad de menos de 5 quetzales en aquellos años. Con este dinero adquiría alimentos para su hogar. Es el recuerdo que tengo de una madre y de la forma en que la crió a sus hijos.
Años atrás, el petate significaba la forma de vida de muchas indigenas Xinkas, pero hoy ha dejado de ser una fuente de trabajo.
Son pocas las personas que pueden desarrollar esta actividad tan nuestra y son pocos los pueblos que tienen al menos una persona que lo desarrolle, Jutiapa es un pueblo donde al menos hay unas cuantas decenas de personas que desarrollan esta actividad, y nuestros gobiernos locales y central deberia de prestar mas atención a que este tipo de arte no desaparezca de nuestra cultura y tambien nuestra gente apoyando en la compra de dichos articulos.
LOS PETATEROS
Candelaria López Ramirez, de 97 años, es otra petatera de corazón, ha vivido atada al oficio de los petates. Los incontables días que ha pasado tirada en el suelo le heredaron una espalda encorvada y la habilidad para doblar las piernas como toda una jovencita.
Se le descubre silenciosa, sentada en una silla de madera y rodeada de sus biznietos en la comunidad de El Saral. Usa refajo y sandalias de hule, una vestimenta que al igual que su labor la identifica como una indígena algo que no es muy común en Jutiapa.
Estaba en el despertar de la adolescencia cuando se convirtió en artesana del tule, material que aprendió a rajar y a sobar con la estaca antes de tejer los petates. “Esa fue la crianza que me dieron mis padres”, dice con voz suave, como de niña.
Su juventud la recuerda ligada al tule; nunca hizo otro oficio que no fuera tejer con sus manos. Su faena resultaba castigadora como el trabajo en su totalidad.
Desde el amanecer hasta el anochecer, sus piernas permanecían dobladas, su espalda yacía inclinada, sus manos apretaban con fuerza el tule y su mirada se fijaba en cada hebra que daba forma a su obra de arte.
“La espalda se me dormía y en las noches sufría por el dolor de piernas”, rememora Tia Cande. Al final de la semana, su padre se encargaba de llevar el producto a Jutiapa, Jalapa, Chiquimula, donde era comercializado a un mejor precio que en la comunidad.
Cuando nacieron sus cuatro hijos, Tia Cande continuó con su labor artesanal. No hubo embarazos ni enfermedades que la separaran del corredor o del patio de su casa. Ese fue durante años su único campo de acción.
Llegaron sus nietos y también la vieron rendirse ante ese trabajo. Sólo una de ellas, Elsa Carrillo, decidió seguir sus pasos y ahora trabaja como vendedora de petates, canastos y otros productos elaborados con esta fibra.
Elsa rememora las enseñanzas de su bisabuela. “Ella se empeño porque yo aprendiera. Me decía que este arte iba a servirme en la vida y me iba a dar de comer, y así fue”, cuenta.
Los noventa años llegaron a la vida de tia Cande sin que ella abandonara su patrimonio de siempre. Ni la renuncia de muchas artesanas del municipio a este oficio ni las escasas ganancias que llegó a dejarle el trabajo como petatera hicieron que se olvidara de esta tradición.
Hasta que un día, mientras asistía a misa dominical, un desmayo la sorprendió y la hizo caer. La recomendación del médico fue clara: a su edad y si quería seguir viviendo no debía volver a elaborar un petate.
Pero esa restricción no ha sido fácil para ella. Cada vez que tiene la oportunidad, su pequeña figura vuelve a tenderse en el suelo y sus manos de artesana, bordadas con las señas del tiempo, vuelven a sentirse útiles. “Me ha costado dejarlo”, admite.
ARTE VIVO
De mas de 380 mil habitantes Xinkas se estima que el 40% aún elabora petates.
Entre las comunidades con más presencia de artesanos del petate se encuentran Jutiapa, Santa Catarina Mita, Atescatempa, Jerez, Adelanto, Comapa, Chiquimulilla, Guazacapan, Nueva Santa Rosa, Alzatate, entre otros.