500 años de Bernal Díaz del Castillo
- EL SAQUEADOR DE AMERICA-
Bernal Díaz muestra a hombres de carne y hueso, como él, atrapados en su tiempo, viviendo el triunfo. la avaricia y la derrota, el nacimiento de un imperio que descansa en el saqueo, la sangre, el sufrimiento y el exterminio de los pueblos americanos. Atormentado por los recuerdos, tratando de colocar su nombre en el lugar que cree le corresponde, escribe la “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España”.
El año anterior se cumplieron 500 años del arribo de Bernal Díaz del Castillo al continente americano. Llegó, con no más de 18 años, como un aventurero más. Poco tiempo después, en 1519, formaba parte de la tropa de Hernán Cortés que extermina el imperio Azteca, que da lugar al surgimiento del Virreinato de la Nueva España, a grandes rasgos, el actual México.
Bernal Díaz no destaca en la historia por sus hechos de guerra, no pasó de simple soldado de a pie en la invasión mexicana, sino porque tres décadas después, retirado como encomendero en la ciudad de Santiago de Guatemala, escribiría la Historia "verdadera" de la conquista de la Nueva España, una de las crónicas más importantes de la América colonial española aunque muy poco veraces.
La crónica de Bernal Díaz es reconocida como una valiosa obra histórica y literaria. El cronista, por el contrario, permanece un personaje esquivo, pleno de enigmas y contradicciones de las que no está libre la relación entre el autor y su obra, las cuales se utilizan para cuestionarle la autoría de la crónica. Los años de la "conquista" española, su vida en Guatemala en la segunda mitad del siglo XVI, donde escribe la crónica, son decisivos para poder entender la enigmática figura de Bernal Díaz.
BERNAL DIAZ SU HISTORIA
Bernal Díaz nace en Medina del Campo entre 1495 y 1496. Una época marcada por las transformaciones más trascendentales vividas tanto en España como en el resto del continente europeo desde la caída del Imperio Romano un milenio atrás. La unificación de los reinados medievales en un solo Estado español bajo los Reyes Católicos Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, y la Reconquista, es decir, la expulsión de los árabes después de ochos siglos de ocupación de la Península Ibérica, introdujo una nueva era en España. Dos o tres décadas después, con el “descubrimiento” y la conquista del continente americano, España se convertía en la primera potencia mundial de la historia, un imperio donde no se ponía el sol.
La larga vida de Bernal Díaz, abarca casi todo el siglo XVI, transcurre bajo el impacto de estos acontecimientos. La fidelidad de su familia de humildes cabildantes con la causa unificadora de los Reyes de España no se borrará nunca de su mente. Después, a pesar de los vínculos identitarios que establece como vecino en Santiago de Guatemala, que da lugar al nacimiento del mundo de los criollos americanos, y el inicio del mestizaje salvaje de indigenas y europeos y de los reproches que le hace a la Corona española por la indiferencia ante las miserias en que dice viven los antiguos "conquistadores", se consideró siempre un fiel vasallo del imperio español. Esto, por otro lado, no le impide señalarle al monarca español que toda su gloria y sus bienes se las debía a humildes soldados como él. Es el principal mensaje de la crónica: reivindicar el papel del soldado español en la conquista del continente americano. (José Antonio Barbón Rodríguez: 2005)
El objetivo que se propone Bernal Díaz en la crónica es exponer los hechos y personajes de la "conquista" mexicana, vencidos como vencedores, en forma viva, rescatando los estados de ánimo, las actitudes, sus “cuerpos y figuras y talles y meneos, y rostros y facciones siempre enbelleciendo y escondiendo algunos detalles que no benefician la imagen de la "EUROPA CONQUITADORA”. Quiere hacer, escribe, un fresco de su tiempo, tal y como lo hace Miguel Ángel, el famoso pintor renacentista. Los retratos de Hernán Cortés, Pedro de Alvarado, de Moctezuma, el último emperador de los mexicas, están hechos con este afán.
Bernal Díaz muestra a los hombres de carne y hueso, como él, atrapados en su tiempo, viviendo el triunfo y la derrota, el nacimiento de un imperio que descansa en el saqueo, la sangre, dolor, sufrimiento y el exterminio de los pueblos americanos. Atormentado por estos recuerdos, tratando de colocar su nombre en el lugar que cree le corresponde, escribe tres décadas después la crónica.
El mundo en que nace Bernal Díaz escapó repentina y vertiginosamente de sus viejos moldes. Una modernidad marcada por aventureros, mercenarios, buscadores de fortuna, incluyendo a los miembros de la Iglesia católica, tan crueles y rapaces como los demás. La flota de Pedrarias Dávila de 1514, en la que arriba al continente americano el futuro cronista, la más grande y ambiciosa y sed de oro que arman los Reyes Católicos para someter de una vez por todas bajo sus dominios las tierras y los hombres del nuevo continente, que dos décadas atrás había “descubierto” Cristóbal Colón, estaba compuesta por este tipo de gente.
Bernal Díaz forma parte de una nueva era que le pone fin a los límites, que abre horizontes para la aventura, el enriquecimiento rápido. También para hacerse un nombre, la fama que atormentó siempre a este cronista. Según Carmelo Sáenz de Santa María (1982), a inicios del siglo XVI, todavía un adolescente, Bernal Díaz, contaminado por el vértigo de su tiempo, trató de enrolarse en uno de los batallones españoles que entonces se enfrentaban en Italia con las otras potencias europeas disputándose el control de sus territorios.
El continente americano le ofreció a Bernal Díaz la oportunidad que no encontró en las guerras italianas, una opción más atractiva, prometedora. Lo sugería el nombre Castilla de Oro, como bautizan los ambiciosos conquistadores españoles las costas del Caribe panameño hasta la actual Colombia. En 1519, después de participar en varias expediciones de conquista desde Cuba, Bernal Díaz toma parte en la conquista de México. Sin embargo, así como su nombre no aparece en la lista de pasajeros de la flota de Pedrarias Dávila, casi nadie de sus antiguos compañeros de armas recuerda su presencia en los hechos que relata sobre la conquista mexicana.
Este inicio difuso marca la vida de Bernal Díaz. La atmósfera de la época, conflictiva y caótica, le cuestionará sus hechos, el derecho a ser quien dice ser, la identidad histórica como conquistador. Bernal Díaz se pasará el resto de la vida defendiendo este derecho, luchando contra la identidad fantasmal. En 1540 y en 1549 hace dos viajes a la Metrópoli para demostrar, con la documentación que reúne desde el arribo al continente americano, la participación en la conquista mexicana. Nunca lo logra totalmente, siempre habrá alguien o algo que le cuestiona o cree que le cuestiona la identidad histórica de conquistador. Así nace la crónica, que debía demostrar de una vez por todas sus hechos y derechos en la conquista mexicana, reuniendo documentos y testimonios, peleando con medio mundo, con funcionarios de la Corona, con conquistadores como Hernán Cortés que, de repente, parecen haberlo olvidado.
Bernal Díaz fallece en Santiago de Guatemala en 1584 sin ver publicada su crónica. Se podría decir que muere en un limbo, que fracasó en el intento por rescatar su nombre para la historia. Si no la hubiera escrito seguramente nadie sabría de su tránsito por este mundo, nadie recordaría su nombre, el cual, como sus hechos, 500 años después, siguen siendo motivo de polémica. La crónica, por el contrario, se confirma cada vez más como una obra histórica y literaria. Y ella precisamente, como quería el cronista, salva su nombre.
Bernal Díaz en Guatemala
En 1541, después de casi tres décadas de andanzas por medio continente americano, Bernal Díaz se asienta en Santiago de Guatemala. Una década después empieza a escribir la crónica. El viejo trotamundos ya no se moverá más de Guatemala. Tampoco participa en los hechos de conquista en Centro América, todavía con extensos territorios fuera del control español. Era un aventurero, ansioso de riquezas, de renombre; las guerras de conquista, aunque afirma orgulloso que peleó en 114 batallas, no eran su fuerte. Las batallas las recuerda como algo doloroso que quiere dejar atrás; a Hernán Cortés lo acompaña de mala gana en la travesía hondureña de 1524. En la guerra contra los Lacandones de 1559, en el sur de México, no participa ni contribuye con armas y caballos, como hacen otros viejos conquistadores radicados en Santiago de Guatemala.
Bernal Díaz era de los que llegaban para quedarse, para echar raíces. Guatemala no era el mundo bucólico que afirma Sáenz de Santa María; pero aquí, en medio de las deudas, de enfrentamientos, encontró un lugar para escribir su crónica, lo único que al final parece interesarle. Una forma de exorcizar los demonios de la conquista, un escape para sobrevivir en el ambiente mojigato de esta colonia, a donde sus peleas con otros conquistadores lo habían llevado.
Bernal Díaz carga con varios estigmas; se le señala de soldado envidioso, que escribe la crónica para cuestionarle a Cortés el liderazgo en la conquista mexicana. Se reconoce con creces, pero defiende el papel del soldado. El estigma más viejo, el más reacio a desaparecer, es el del hombre humilde incapaz de escribir una obra histórica y literaria brillante como la crónica. Christían Duverger, en un libro reciente, no solo le atribuye la crónica a Hernán Cortés, sino pone en duda que Bernal Díaz haya existido. Duverger (2012) monta su libro a partir de una serie de suposiciones, no presenta una sola fuente sólida. La vida de Bernal Díaz, sin embargo, está bien documentada, también la escritura de la crónica. (Pinto Soria: Revista Iberoamericana: 55: 2014)
Bernal Díaz no era un conquistador más. La inmolación de Cuauhtémoc y del señor de Tacuba, “tan grandes señores”, se las reprocha a Cortés como una “muerte muy injustamente dada”. En una ocasión, defendiendo a unas esclavas indígenas, se enfrentó a cuchilladas con otro conquistador. Vividores, parásitos, criminales, son casi todos los que se asientan en Guatemala con la conquista española. El Obispo Francisco Marroquín, considerado casi un santo, no fue diferente. En 1541, a la muerte de la viuda de Pedro de Alvarado, en la catástrofe que destruye la segunda ciudad de Santiago, le tocó cogobernar con el primo de la viuda, Francisco de la Cueva. El Obispo, de inmediato, reservó una de las mejores encomiendas para Francisco del Valle Marroquín, un pariente suyo.
En el epistolario con la Corona, el Obispo Marroquín no incluye al cronista entre los personajes notables de Guatemala; él, que en medio de tanta destrucción y muerte, escribía una obra destinada a pasar a la historia. Otros funcionarios, como el oidor Alonso de Zorita (1554-1556), lo mencionan en sus obras. El cronista tampoco alude al Obispo en su texto. No hicieron buenas migas. Debido seguramente a las peleas con Francisco del Valle Marroquín, sobrino y apaniagudo del Obispo, advenedizo que le arrebata tierras de la encomienda, como se queja con el Rey en carta de 1558. El viejo soldado tampoco soportaba a los curas, las santurronerías. En 1560, en la celebración de la fundación de la ciudad de Guatemala, se negó a portar el Pendón de Santiago.
Bartolomé de Las Casas, cuya amistad y apoyo trató de ganarse el cronista para las peleas que mantiene en Guatemala, tampoco soportaba a este Obispo. Defendían causas diferentes. El dominico era partidario del sometimiento pacífico de los indígenas, como lo intenta en su proyecto de la Verapaz. El Obispo Marroquín, uña y carne con el sanguinario Pedro de Alvarado, no se andaba con tales miramientos. Los indígenas eran: “…gente tan sin conocimiento que totalmente no hay en ellos senda ni centella de razón, no tienen más de lo exterior del hombre”. Todo, menos el santo Padre Protector de Guatemala, como se afirma, mucho menos de los indígenas.
La vida de Bernal Díaz como hombre real, de carne y hueso (fue regidor del Cabildo de 1545 hasta su muerte en 1584), está plenamente documentada a partir del traslado a Guatemala. El fantasma de la ubicuidad, sin embargo, no lo abandona totalmente. Se afirma que uno de sus hijos, Pedro Díaz del Castillo, nace en Medina del Campo, su ciudad natal, en 1567. Esto es poco probable. La precaria situación financiera, las peleas con personajes poderosos, lo mantenían casi inmovilizado en Guatemala. Él, o la esposa Teresa Becerra, a cargo de una numerosa familia hundida en las deudas, difícilmente podían viajar a la Metrópoli en esta época. Existe también una carta del cronista al monarca español enviada desde Guatemala en 1567. Este año, además, Bernal Díaz estaba atareado pasando en limpio el primer borrador de la crónica que finalizará a principios del año siguiente.
Los recién llegados, advenedizos como el joven Juan Vázquez de Coronado, conquistador de Costa Rica y uno de los adversarios de Bernal Díaz en el Cabildo, son los que viajan a la Metrópoli. Ellos controlan la emergente sociedad colonial, los cargos públicos, son los que se enriquecen con el boom del cacao que siembra de indígenas muertos los campos centroamericanos. Las décadas de los cuarenta y cincuenta fueron los mejores años de Bernal Díaz en Guatemala. En 1545, recién llegado, se convierte en regidor del Cabildo; cuatro años después es ya Procurador y representa al Cabildo en la Metrópoli en los famosos debates sobre la encomienda perpetua. En este viaje lo impactan las denuncias de Bartolomé de Las Casas sobre las crueldades de los conquistadores, que parece ser otro motivo para escribir la crónica, es decir, limpiar su nombre. Las Casas tampoco lo olvidará representando al Cabildo contra las reformas del presidente Alonso López de Cerrato (1548 – 1555), nombrado al cargo a sugerencia suya para frenar los abusos de los encomenderos. De las cinco cartas que le escribe el cronista, Las Casas no le responde ninguna.
Los viajes a España de 1540 y 1549, como se dijo, se enmarcan en la lucha por defender su identidad histórica como conquistador. En el primero un funcionario real todavía le espetará en la Metrópoli: “Bernal Díaz no es conquistador, ni le han dado por ese motivo indios”. El segundo viaje fue el decisivo, se le reconocen los meritos de conquistador con la encomienda de San Juan Sacatepéquez, una de las mejores de Guatemala. Después, al finalizar los años cincuenta, su situación financiera se deteriora en empresas que terminan en un verdadero desastre y lo hunden en las deudas. A finales del siglo la viuda todavía estaba pagando las deudas que le hereda el cronista, que se caracterizó como mal administrador de sus bienes. El fracaso económico, sin embargo, pudo haber sido el precio de escribir la crónica, que absorbe todo su tiempo como también los magros recursos financieros. (Juan José Falla: 1994)
En 1544 Bernal Díaz contrae matrimonio con Teresa Becerra, hija del conquistador Bartolomé Becerra con una indígena. Teresa Becerra, “hija natural”, lo que todo el mundo sabía, pero se callaba, se convertirá en “mujer principal y noble”, “lo más calificado de esta ciudad”. (Edgar Juan Aparicio y Aparicio: 1969) El cronista vivió atrapado en el mundo colonial guatemalteco de las apariencias. En Santiago de Guatemala tenía una de las mejores casas, con criados, armas y caballos, un tren de vida señorial gracias al trabajo gratuito de los indígenas de la encomienda; también de endeudarse, como lo hacen familias pobretonas como la suya.
Bernal Díaz obtuvo las riquezas, el renombre que le quitaba el sueño. En 1551, al retorno del segundo viaje a España, cuando firma como regidor perpetuo del Cabildo, altera los apellidos Díaz Castillo por Bernal Díaz del Castillo. Debía estar a tono con las ínfulas de nobleza, con el mundo de las apariencias que se funda con la conquista española, que marca la vida de los conquistadores y de los descendientes criollos, aunque no fueran otra cosa que aventureros como el cronista, criminales como Pedro de Alvarado, el tenebroso conquistador de Guatemala.
Los sueños del joven Bernal Díaz se cumplieron con creces, encontró las riquezas, el mundo de aventuras que buscaba, cosas que parecían “de sueños”, “nunca oídas, ni vistas, ni aun soñadas”, escribe deslumbrado ante las pirámides y calzadas de la majestuosa ciudad de Tenochitlán. Al rescatar esta realidad alucinante, Miguel Ángel Asturias le otorga a Bernal Díaz el estatuto de fundador de la novela latinoamericana del siglo XX, la novela de la “protesta social”, como le gustaba llamarla el escritor guatemalteco, pues eso también era el texto del cronista, una protesta.
El final
Bernal Díaz muere en Guatemala en 1584 sin ver publicada la crónica. En 1575 envía a la Metrópoli una copia del manuscrito que finaliza en 1568 para publicarlo. En su poder permanece una copia, conocida como Manuscrito Guatemala, que continuará trabajando hasta el final de sus días. A no ser un burocrático recibido del Consejo de Indias el año siguiente, de este texto no supo más. En una de las cartas que acompañan el envío del manuscrito se afirma que el autor tenía su crónica “por verdadera”. Las demás crónicas de la época las consideraba “relaciones”, escritas de “oídas”, como califica la de Francisco López de Gómara sobre la conquista mexicana (1552). La suya, narrada a partir de los hechos vividos, debía ser la mejor. La obsesión por la exactitud histórica se agudiza en los años finales cuando somete el manuscrito que permanece en su poder a numerosos agregados y correcciones.
Los cambios no alteran el contenido original del texto. A veces parece estar solo matando el tiempo; rectifica nombres y fechas, cambia el color de un caballo por otro, correcciones que hace por propia mano o a través de los descendientes. Algunas arrojan luz sobre los años finales del cronista; tacha, por ejemplo, observaciones críticas sobre las crueldades de Pedro de Alvarado con los indígenas. Los Alvarado era una de las familias más poderosas de Santiago de Guatemala, y Bernal Díaz, el soldado que solo quería escribir la verdad sobre la conquista mexicana, se cuida, contemporiza. Es la actitud, la autocensura que asume el escritor guatemalteco en los eternos y oscuros tiempos de las dictaduras. La mejor literatura guatemalteca, desde Rafael Landivar (1731-1793), Miguel Ángel Asturias (1899 – 1974), Luis Cardoza y Aragón (1901 – 1992), hasta el poeta guerrillero Mario Payeras (1940 - 1996), se escribirá desde entonces en el exilio.