LA ESCLAVITUD DISFRAZADA DE POBREZA
UNA REALIDAD DE LOS XINKAS EN GUATEMALA
LA REALIDAD QUE SE VIVE en las fincas de café en Santa Rosa, Jutiapa y Jalapa es lacerante y nos recuerda el período de esclavitud en que laboraban los guatemaltecos durante el siglo XVII y XVIII. Debido a la falta de empleo en sus localidades, centenares de campesinos xinkas y mestizos emigran en la actualidad a esas haciendas para trabajar en el corte de grano por una paga miserable, y tienen que vivir en champas construidas con nailon, detenidas por varas, en medio de los cafetales. La semana pasada se conoció este drama al localizarse a tres niños en la aldea Bejucal, Casillas, parte del territorio Xinka, que presentaban un cuadro de desnutrición severa porque sus padres no tienen recursos económicos para alimentarlos en forma adecuada.
LOS PADRES DE LOS NIÑOS informaron que en esa finca les pagan Q35 diarios, pero el patrón les descuenta la ración de maíz y frijol que les proporciona, por lo que un jornalero recibe 200 quetzales al mes. Si hacemos cuentas, el sueldo debería ser de Q1,050 mensuales, pero solo le pagan Q200 a cada uno, lo cual implica que el patrón le quita Q850 por darle 50 libras de maíz y 25 libras de frijol para un mes a cada trabajador. Eso solo tiene un nombre: un robo descarado y explotación laboral extrema. Los padres de los tres niños con desnutrición reciben apenas Q400 mensuales entre los dos, con lo que es imposible que puedan sobrevivir con sus hijos, sin recibir asistencia médica en su lugar de trabajo.
ESTA PRÁCTICA DE EXPLOTACION Y ESCLIVITUD permitió el desarrollo de la producción del café a fines del siglo XVII Y XVIII, a costillas de los campesinos e indigenas Xinkas que estaban sujetos al control arbitrario de las libretas de jornaleros y después de las fichas de finca. De esa manera el patrón se aseguraba mano de obra barata y un mercado cautivo para sus productos porque los obligaba a consumir artículos de primera necesidad que él distribuía. Así se comenzó a generar el profundo abismo de riqueza ostentosa y pobreza extrema que trajo consigo el café, porque los jornaleros no tenían suficiente dinero para incorporarse al mercado, mientras veían cómo sus hijos se morían por falta de alimentos y atención médica.
SANTA ROSA NOS DEMUESTRA que ese pasado ignominioso persiste sin que las autoridades hagan algo para detener ese sistema esclavista. Y mientras en estas fincas cafetaleras los niños presentan desnutrición crónica, el gobierno distribuye las bolsas seguras en el área metropolitana con un claro propósito de conseguir votos para las próximas elecciones. Todavía la vicepresidenta Roxana Baldetti se atreve a decir que no tiene una “bolita mágica” para saber cuántos niños desnutridos hay, pese a que hace tres años dieron a conocer con bombos y platillos su programa contra la desnutrición infantil. Hoy día, la bolsa segura es utilizada con fines proselitistas, mientras en el área rural los niños se mueren de hambre y el Ministerio de Trabajo tampoco hace nada por evitar esa sobreexplotación laboral. Ahora que el Gobierno sabe dónde existe esa problemática. La pregunta es...
¿Qué va a hacer?