MAPA PRINCIPALES COMUNIDADES CON DESCENDENCIA XINKA
DEPARTAMENTO DE JUTIAPA
Luis Villar Anleu Universidad de San Carlos de Guatemala Término de uso frecuente en el habla coloquial guatemalteca, por muy variadas razones, "chilca" designa a un grupo diverso de plantas, casi todas arbustivas, que crecen silvestres en los campos. El mayor número pertenece a la familia asterácea, las compuestas como se les llamaba antes, pero otras corresponden a diferentes filiaciones. Lleva a confusiones el uso exclusivo de nombres comunes para hablar de ellas, o de alguna en especial, mas intentaremos superar tal cuestión.
La chilca de nuestro relato fue bautizada Senecio salignus por los científicos. En el género botánico Senecio se halla otras chilcas, unas cuantas consideradas mágicas, pero sólo aquella es la que se incorpora a las tradiciones de Semana Santa, con la particularidad que la costumbre se reduce a pueblos montañosos del suroccidente, de la región que los guatemaltecos suelen llamar "el altiplano". Fuera de tal zona, en particular la que toca a Quezaltenango, Totonicapán, Sololá y Chimaltenango, su incorporación ritual es mínima, aunque en Santiago de Guatemala (La Antigua Guatemala) no sea totalmente dejada de lado, en especial en aldeas como Santa Ana. La especie es típica de ecosistemas de tierras altas, y en el país es abundante en el bioma de Bosque de Montaña, justo el que define el paisaje ecológico del Altiplano junto a pinos, cipreses, encinas, ilamos, madroños y saúcos. Es arbusto nativo que crece espontáneo, aún en patios, solares urbanos o en maizales, y produce abundantes flores de grato aroma y radiante color amarillo-oro. Gusta de zonas abiertas, soleadas, como para llenarse de luz y tomar del Sol ese intenso color que más tarde acarreará innumerables simbolismos a través de los diminutos órganos florales. Las "Flores de Chilca" En donde se incorpora la chilca a la magna fiesta católica que rememora vida, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, las acciones que giran alrededor de su uso constituyen un verdadero ritual dentro de la religiosidad popular. En tal acto se erige en vehículo para agasajar a Jesús, Dios y Hombre, eje indiscutible de la espiritualidad cristiana. Como sucede en las tradiciones, nadie repara en las actuaciones conscientes que desencadenan los comportamientos que las expresan. Y este caso no es la excepción. Llegado el momento sólo se sabe que hay que tener flores de chilca para las Alfombras y los Huertos, y tal vez también para los Pasos del Vía Crucis o para los Arcos, pero no por qué. Tal cual sucede en Panajachel, departamento de Sololá, un pueblo en el que su uso es tan arraigado como el de la Flor de Pascua de Nochebuena y Navidad en toda Guatemala, el empleo ocurre de múltiples maneras, por ejemplo así: el hogar de un creyente, en uno de los tantos Viernes Cuaresmales; a distancia se percibe el inminente arribo del cortejo procesional del Vía Crucis. Dejando ocupaciones habituales, la madre, a la cabeza del resto de familia, instruye la colocación del cuadro litografiado que representa la Estación correspondiente rodeado de las concebidas flores de estaticia, cartucho y otras, así como de botecitos en los que se ha hecho germinar trigo, cebada y hasta arroz. Dispone la confección perentoria de la efímera Alfombra, cuya base fundamental es de flores de bouganvillia y la bendita chilca. Por supuesto, antes de tal clímax se había asegurado que alguien de la casa fuese a cortar las flores, y que luego las "despenicase" para tenerlas a punto y a tiempo. En el interior del templo ha ocurrido otro tanto. Los Huertos que se han preparado para depositar los frutos simbólicos, con su complemento de flores, llama de velas y humo aromático de inciensos, copal, pom, estoraque y otras resinas naturales, disponen de las infaltables Alfombras en las que un componente ineludible son flores de chilca. Sea por miembros de las correspondientes cofradías o de Hermandades, la provisión de las flores ha implicado su recolección en el campo, patio o huerta, y luego su adecuada preparación para poder disponer de ellas a satisfacción. La recolección misma representa un inconsciente recogimiento espiritual. Se trata de ir en busca de un elemento-símbolo que servirá, nada más y nada menos, que para agradar a Cristo. Semejante sentimiento conlleva el "despenicado", como se llama a la práctica de separarlas del racimo en que se han desarrollado. Como corresponde a las compuestas, las flores de la chilca se abren en inflorescencias que contienen cientos de ellas. Aproximadamente del tamaño de una uña cada una, su separación del racimo es necesaria para poder "regarlas" a conveniencia. Ocasiones hay en que ramitos de flores se colocan cuidadosamente a la orilla de las Alfombras, haciéndoles margen. Esto puede ser más frecuente en Alfombras del cortejo procesional del Santo Entierro, Viernes Santo, y con menos usanza en las procesiones de Vía Crucis. Tampoco es sorprendente descubrir pequeños ramos pendientes de algún Arco, o a veces mezclados junto a otras flores en las macetas que forman parte de los Pasos. Lo simbólico Los guatemaltecos católicos han desarrollado maneras propias de expresar su fe, devoción, entrega y la subconsciente necesidad de obtener bendiciones de la divinidad como paso firme en la búsqueda del equilibrio de sus dimensiones profana y sagrada. De ahí surgen tradiciones que, en intensas manifestaciones de religiosidad popular tal cual las de Semana Santa y Cuaresma, brotan con toda la riqueza de su identidad socio-cultural. Así consolidaron costumbres tales como el piadoso ofrecimiento a Jesucristo de elementos naturales portadores de mensajes simbólicos, en calladas rogativas que representan el acercamiento del hombre a la esfera celestial. Flores, frutos, follajes, verduras y legumbres, derivados de plantas y comidas alcanzan en el homenaje el rango de expresiones de profundo misticismo. En sus olores, colores, formas y texturas, las flores portan intensos simbolismos y significados espirituales y emocionales. Se hacen signos y códigos de comunicación religiosa entre el hombre y la divinidad. Su potencia simbólica se traslada a Alfombras, Huertos, Pasos, Arcos y a adornos de templos y hogares. Desde allí irradian el poder de despertar sensaciones mágico-religiosas en evocación de sentimientos, y pueden ser ofrecidas a la santidad. Encarnan una entrega, despiertan en el hombre su naturaleza y por eso expresan creencias como eslabón en la dualidad religión-simbolismo. Sus olores se hacen parte del fervor religioso, articulándose al momento místico que se vive, vigorizando cultos convincentes cercanos a la sensibilidad de los creyentes. Con humildad por ser poco conocida fuera de los ámbitos de montaña, la flor de chilca tiene lo suyo en ese mágico contexto. Las pequeñas flores, doradas como el Sol, representan con su color la riqueza espiritual que se ofrece a Jesús, recogimiento en la conmemoración de su calvario para renacer en gloria y esplendor, y nobleza en la fe y en el fervor con que se mantienen las tradiciones para agradarlo. Y exhalan ese aroma, dulce y delicado, evocador de santidad que se goza en Semana Santa, pues siendo de floración primaveral en sincronía con el inicio del rito cuaresmal, su divinización parece explicarse por sí misma. Usarlas en el ritual impone la grata tarea de ir por ellas al campo, a cuyo paisaje imprimen la mística alegría espiritual de la época, un regocijo que luego es trasladado a los iconos efímeros para gloria y honra del Señor. A su presencia, más allá, se unen los olores de las llamas y los inciensos, del pescado seco y del corozo, de los aserrines, de las hojas de pino y de la cera de abejas de las tipachas, de los innumerables frutos que se ofrendan a Cristo en simbolismos alimentarios mientras el creyente se deleita con Pan de Recado untado en miel blanca, o acompañado de garbanzo en miel y chocolate humeante. Tal es la solemne atmósfera de la gran señora cuaresmal del Altiplano, la divinizada chilca, que en doradas flores une al Hombre con Jesús, el Cristo. |