Dia de inditos
12 DE DICIEMBRE
Cuando era pequeña si algo me fascinaba era ese día en que nos autorizaban a vestirnos como la criada
Por: Rosina Cazali /elperiodico
Cuando era pequeña si algo me fascinaba era ese día en que nos autorizaban a vestirnos como la criada. Ser de la ciudad y de clase media implicaba el boleto para participar en la extensa liturgia de tradiciones impregnadas con la creencia de la aparición de la Virgen de Guadalupe al indio Juan Diego. En el almanaque, el 12 de diciembre señalaba la ocasión para abultar el pelo con lanas de colores, pintarse cachetes, la boca de rojo y un lunar obsceno. El bigote de los niños era tan falso como la devoción que podía inspirarme el gentío o el horror de pensar que me soltaban la mano y me perdía para siempre. Como versiones locales de las chinas poblanas y las malinches, la romería se reducía a los puestos de atol, comprar artesanías y desde lejos darle un vistazo a la virgen. El hechizo de travestirse, de disfrazarse de “ishtía” blanquecina duraba apenas un día, pero conjuraba toda una vida dedicada a bordar los prejuicios. Total, los indios vivían en el patio trasero y no había razón alguna para conocer sus apellidos. Me limité a identificarlos como las personas que limpiaban la casa, vendían en el mercado o se les tildaba de shucos, necios o caitudos. Eran de nombres comunes, genéricos, mínimos, salidos de un paisaje campesino. El Día de Guadalupe era el espacio único para apreciar sus trajes y hablar de algunas bondades de su fuerza laboral. Las fotografías “de inditos” también jugaron un papel primordial para entretener nuestros corazones altaneros. Eran poses de niños y los niños supuestamente todo lo purifican desde la inocencia y el juego.
En 1992 se estrenó la documental titulada Memorias del viento, realizada por el cineasta español Félix Zurita. Esta era una primera crónica de la lucha indígena en Guatemala. Aparecía Rigoberta joven y un candidato presidencial que explicaba que sus planes de expansión económica y turística incluían llevar cuadros vivos de “inditos” a Disney World. No puedo decir si este documental cambió mi vida. Sí puedo confirmar que fue el momento de revelación donde el cine y la cámara mostraban su poder para colocarnos frente a un espejo. Si en los noventa hubo cambios de conciencia, en mí la capacidad de las imágenes de sugerir, codificar, revelar y desmantelar hizo de las suyas.
Recuerdo las palabras del candidato como un diagrama de “ven donde el odio se intercepta con la trivialidad”. En su didáctica perfecta, explica que es imposible suprimir las formas de las tradiciones y aún más difícil propiciar una reflexión social sobre sus contenidos. Estoy fuera del país, el próximo domingo regreso a Guatemala. Alguien ya se encargó de recordarme que justo coincido con la celebración del día de los inditos… como para achacar mis orígenes clasemedieros. Desde esa revelación guadalupana, que atormenta con la idea de vergüenzas y complicidades vigentes, me ha entrado el deseo apremiante por soltarme de la mano de mis fantasmas o perderme entre el gentío para siempre.