LA JAGUA
EL TINTE DE LOS ANCESTROS
Seguramente la vida comienza a virar las señales en dirección a tus necesidades y deseos, cuando asumes que todo tu ser tiene la fuerte disposición de emprender un nuevo camino. No dudo que, en parte, esto fue lo que me sucedió pocos días antes de abandonar mi natal Cartagena impulsada por un hambre de mundo y un espíritu de aventura, o tal vez, fue gracias a ese mágico azar que gira entorno a la histórica y concurrida Plaza de la Trinidad en el barrio Getsemaní, dónde sentado en uno de sus extremos conocí a un viajero, filántropo y tatuador de historias. Él es Juan David Navarro, el artista de la Jagua.
Probablemente sea común encontrar en estás ciudades turísticas personas que hacen tatuajes temporales, como básicamente se cataloga. Son múltiples los curiosos que gustan de probar cómo luce un tatuaje sobre su piel, pero cierto es, que es más la consideración, el preámbulo de verse tatuado, que son pocos los que llegan a preguntarse de dónde proviene esa inocua tinta.
Pues bien, este hombre de mirada tranquila y aspecto andariego conocido popularmente como David Jagua, es un empírico e ilustrado artesano que luego de su primer contacto con indígenas Emberas hace 9 años atrás en una comunidad cercana a su ciudad de origen, Medellín, convirtió la jagua en su más grande pasión, y con el respeto que le profesa hizo de ella su trabajo y su sustento.
El fruto sagrado
La Jagua o Genipa americana como universalmente se le conoce es más predominante en lo que comprende la región de Urabá en la cuenca del rio Atrato en Colombia, territorio originalmente de los Emberas Katios. Cuenta la leyenda que hace cientos de años llegó a esas prometedoras tierras una diosa conocida como: Jagua. Esta mujer que se dice, surgió de la abundancia de los frutos de un árbol y por gracia de la diosa de la noche: Maroya, joven y de exótica belleza, enseñó a ese pueblo amerindio el arte de la pesca, de la caza, de los cultivos del campo y los tejidos, les concedió secretos para perfeccionar la cerámica, curar enfermedades y obtener tinturas para embellecer el cuerpo, por cuyo hecho se consideró el fruto que ostenta su mismo nombre como sagrado.
Entre las tradiciones de los Emberas se destaca particularmente la genipa como el fruto generoso, además de atribuírsele muchas otras propiedades medicinales y curativas, los indígenas extraen la tinta de la fruta para pintar y adornar sus cuerpos ya que a través de esto expresan los estados y ciclos vitales de sus vidas y su posición en la comunidad, y al mismo tiempo se protegen de las inclemencias del sol y de los insectos por servir como repelente y como protector solar. Además, en la actualidad, esta representación cultural es la mayor muestra de su herencia a nivel mundial.
La Tinta
Sentados en la plaza a una hora poco concurrida del día Juan David realiza el proceso de tamizaje, como se le conoce a la extracción de la tinta y en la que, por cierto, no se emplea ningún aditivo químico. Consiste en rayar la fruta verde, la limadura resultante se envuelve en una tela licra y se exprime y escurre hasta obtener un jugo descolorido. Este jugo se pone sobre un plato o una bandeja bajo el sol el tiempo que sea necesario hasta deshidratarse y resulte en una pasta persistente y de un color negruzco, parecido al betún.
Al igual que con los tatuajes, sus manos y sus antebrazos se tiñen de un color oscuro durante el proceso, ya que la tinta se filtra por los poros y se establece en la dermis por un tiempo aproximado de 12 a 15 días hasta que se va borrando a medida que la piel va regenerándose. Ciertamente es así, como David jagua por su permanente contacto con la tinta, ha pasado los últimos nueve años de su vida con sus manos naturalmente teñidas y protegidas del sol.
Tal es el efecto sanador de la tinta y la inspiración que le otorgó el aprender ciertas costumbres del pueblo Embera, afirma Juan con una pasiva expresión retórica, que se ha despertado en él una actitud de responsabilidad y uso de este fruto, no solo como su medio de trabajo sino como un estilo de vida.
La cantidad de jugo que ha recolectado de su pequeño bulto de genipas y que comienza a deshidratarse bajo un inclemente sol de mediodía Cartagenero, le será suficiente para varias semanas de trabajo. Mientras tanto él y su amada compañera de andanzas se sientan bajo la poca sombra a bocetar algunos nuevos diseños y a la espera del resultado final, la tinta para los tatuajes de jagua.