MUJERES
GENOCIDIO Y VIOLENCIA SEXUAL
Me pidieron hablar sobre la violencia sexual evidenciada en la sentencia por genocidio, voy a abordar el tema un poco más allá del ámbito jurídico, soy antropóloga, no conozco el ámbito jurídico entonces, mi visión se expande hacia el lado de la antropología.
Lo primero que quiero decir, es que escuchar a las mujeres narrar con voz potente, con claridad, dignidad y serenidad, ante un tribunal, la terrible experiencia de violencia sexual vivida durante la represión política, no solo fue un acto de valentía, sino fue además una manera impactante de remover las poderosas estructuras de la memoria oficial dominante, que niegan su verdad, la verdad de estas grandes mujeres y del Pueblo Maya. Finalizados formalmente los años de la represión política en que se cometió genocidio, lejos de entrar en un proceso de justicia, de reparación a las víctimas, de elaboración del duelo y de construcción de la memoria, hubo prisa por silenciar lo que pasó, hubo prisa por organizar mecanismos de olvido y de impunidad. La misma firma de la paz y el multiculturalismo fueron secuestrados y utilizados convenientemente desde el poder para producir formas de olvido, a partir de un discurso superficial de la convivencia.
Pero lo que hacen las mujeres con su impactante presencia, con su verdad serena, clara y digna, es recordarnos que la memoria oficial tiene límites. A pesar de que el silencio ha sido impuesto a través de una continuidad de la violencia, mediante una culpabilizarían sistemática de las víctimas, o por mecanismos de indiferencia hacia quienes no fueron consideradas plenamente humanas, las mujeres dicen, “aquí estamos”, “callamos pero nunca olvidamos”. Las mujeres que testificaron nos recuerdan que silencio no es lo mismo olvido. Esto confirma que los largos silencios sobre el pasado, son tantas veces mecanismos de protección ligados a la necesidad de vivir, de encontrar un modo de existir incluso en ambientes en que se debe convivir con los victimarios o los perpetradores de los crímenes, como pasa con la gran mayoría de mujeres que sufrieron violencia sexual durante los años de la represión política orquestado por el Estado guatemalteco.
Por esto, me parece que el juicio dio a las mujeres el derecho a ser público un sufrimiento llevado en soledad. Al hacer públicos los hechos, se ha sacado la violación sexual de la esfera de la intimidad, de la vergüenza y de la individualización, para ser colocada en el lugar del delito y de la búsqueda de justicia. Debido a esto, las palabras de las testigas, como de otras mujeres que sufrieron situaciones similares, merecen ser escuchada con detenimiento y responsabilidad. Digo esto porque, desafortunadamente cuando se trata del sufrimiento narrado por las mujeres hay una tendencia a no querer escucharlas. Pero la experiencia de las mujeres, tanto de quienes sufrieron violencia sexual, como otras formas de tortura y asesinato, es absolutamente central para entender el genocidio cometido en este país. Es decir, lo que ocurrió a las mujeres, no fue un problema aislado contra las mujeres, fue una forma de doblegar a las mujeres y con ellas al Pueblo Maya. Por esto mismo, tampoco es solo un problema exclusivamente relacionado al patriarcado, porque el genocidio fue un gran momento de re-colonización. Patriarcado y colonialismo, sexismo y racismo se combinaron perversamente para normalizar y cubrir de impunidad los hechos sistemáticos y extendidos de violencia sexual cometidos por el ejército, patrulleros y comisionados militares contra las mujeres mayas, especialmente rurales. Hay extraordinarios estudios realizados sobre la función del sometimiento de las mujeres, en conflictos, en guerras, en masacres, pero lo que ha ocurrido en Guatemala, con toda seguridad tiene sus propias características que necesitan ser explicados con detenimiento.
No estoy diciendo nada nuevo, pero me gustaría reiterar en tres puntos para reforzar lo que otras mujeres, analistas del problema de violencia sexual y activistas feministas han dicho tanto aquí en Guatemala, como fuera del país.
¿Por qué se viola a las mujeres en las guerras? Como en la mayoría de guerras, en Guatemala la violencia sexual fue un arma eficaz para buscar someter, humillar y derrotar al “enemigo”. De acuerdo a las evidencias, que cada vez aumentan, la violencia sexual fue una práctica recurrente, sistemática y extendida, más aún en los primeros años de la década de los 80s. En tal sentido se puede afirmar que fue un arma eficaz de contrainsurgencia. Es decir, se utilizó para debilitar y destruir el tejido social comunitario de la población civil, especialmente de las comunidades indígenas, consideradas la base potencial de la insurgencia. Si nos preguntamos ¿por qué se viola a las mujeres en las guerras? encontraremos que en las respuestas se mezclan distintas lógicas. En primer lugar, una manera de asegurar la sumisión de las mujeres, es atacando los referentes femeninos de su cuerpo, recordándoles que no son dueñas de sus propios cuerpos. De esta manera la violación es vivida por las mujeres como un acto de deshonra y de vergüenza, códigos que son compartidos por la comunidad cuando ésta está atravesada por lógicas patriarcales. Por eso, el violador sabe, o espera, que lo primero que obtendrá con la violación es el silencio de la víctima (Segato, s.f). En segundo lugar y unido a lo primero, cuando se viola a las mujeres se busca doblegar, desmoralizar y derrotar al grupo que está siendo sometido. La violación contra las mujeres, es un desafío a la masculinidad y a la hombría, cuando se piensan los cuerpos de las mujeres, como territorios que pertenecen a los hombres. Mediante la violencia sexual contra las mujeres, se busca castrar simbólicamente a “sus hombres” o se les hace sentir impotentes. En tercer lugar, si la violación es vivida como actos individuales de deshonra y de vergüenza, se despolitiza lo que el dominante ha impuesto como un arma política de destrucción de un grupo, de una comunidad o de un pueblo. Así, los hechos de violación tienen eficacia para dividir, para restarle fuerzas y afectar la cohesión de tal grupo, comunidad o pueblo.
Cuando escuchamos el testimonio y las historias de las mujeres Ixil y de otros pueblos, ellas narran cómo además de soportar en silencio la violencia sexual y sus terribles efectos, debieron enfrentar la culpa y la humillación de sus propios vecinos, familiares y victimarios. Esto nos habla claramente de por qué la violación funciona para quienes la planificaron. Si, frente a una mujer violada hay murmuraciones, chismes, culpabilidad, se rompe la confianza y la cohesión familiar y comunitaria. Como he dicho, la violación llega a tener una gran efectividad cuando es tratada como un acto íntimo de deshonra y de vergüenza, mientras ha sido cometida con una intención política, como un crimen de guerra. Los sentimientos de vergüenza y de deshonra para las mujeres y sus familias desvía la atención, porque los perpetradores quedan sin ser vistos e igualmente se ocultan los fines políticos de tales hechos. Por eso, muchas analistas y activistas insisten en que la violación no es un asunto individual, no es un crimen de motivación sexual, como dice Rita Segato (s.f). Y no es crimen de motivación sexual porque quienes violaron no lo hicieron motivados por deseos sexuales individuales incontrolados, sino para demostrar poder, someter, controlar y exterminar. La violencia sexual es entonces un crimen de guerra, un crimen político, una violencia genocida, y como tal debe también ser tratada. Reitero que la violación es eficaz cuando quienes la planifican, entienden lo que significa para quienes son violadas y su entorno. Hay códigos compartidos alrededor del tabú y del silencio. Por todo esto, la violencia sexual no debe ser personalizada e individualizada, no debe tratarse como una afectación a la intimidad de las mujeres solamente, porque cuando esto pasa, se despolitiza un problema que es político.
¿Cómo entender lo que ocurrió a partir de examinar a los perpetradores directos de los crímenes sexuales? Como dice Mahmood Mamdani (2003), entender no significa disculpar, sino comprender como los victimarios –militares, patrulleros y comisionados- se convirtieron en agentes capaces de cometer actos de extrema crueldad contra mujeres y niñas mayas. Las mujeres sobrevivientes y quienes solo pueden testificar a partir de sus cuerpos mutilados, nos muestran que los perpetradores trataron de demostrar que no tenían límites. Cualquier regla que en las guerras protege a niñas, niños y mujeres, fue invalidada por quienes dirigieron y materializaron la represión política en este país. Escuchar el testimonio de las mujeres significa oír cómo los victimarios fueron despojados de todo sentimiento de compasión frente al dolor y el sufrimiento que provocaban. Esto significa que los victimarios tuvieron un entrenamiento político o doctrinario que premiaba los comportamientos insensibilizados frente a la crueldad; cualquier forma de tortura y de terror fue válida contra quienes fueron producidos como “el enemigo”. Así la violencia política en Guatemala fabricó una masculinidad depredadora que llevó al extremo los niveles de machismo, racismo y discriminación de clase que se vive “en tiempos de paz”. El patriarcado como marco de análisis nos ha dado muchísimas herramientas, pero tiene límites, cuando no se cruza con otras herramientas que nos permitan ver como se enlaza la violencia sexual con la racial-étnica y de clase social. Particularmente me pregunto, entre otras cosas, cómo se movilizó en los soldados indígenas, en los comisionados y patrulleros, sentimientos de auto-vergüenza y auto-odio que descargaron contra las mujeres mayas. No estoy diciendo que esa haya sido la motivación principal para cometer los crímenes, pero pudieron ser sentimientos que los facilitaran. Esto significa que la estrategia militar de contrainsurgencia depredó la propia humanidad de los hombres que cometieron los crímenes. Podríamos dejar de ver todo esto si así lo quisiéramos, pero si deseamos reconstruir la vida del Pueblo Maya, habrá que tenerlo en cuenta, por los efectos del adoctrinamiento militar en la destrucción del tejido social hasta la actualidad. Con toda seguridad, la violencia contemporánea contra las mujeres, está ligada a la violencia sexual permitida como arma de guerra durante los años de la represión política. En este sentido, me parece crucial preguntarnos ¿Cómo fueron producidos los perpetradores de la violencia sexual? ¿Cómo se entiende la actuación de los perpetradores mayas en el marco del adoctrinamiento militar contrainsurgente dirigido a destruir a los Pueblos Mayas? Me parece que este es un trabajo pendiente, pero fundamental.
El genocidio como un mecanismo de re-colonización a través del cuerpo de las mujeres mayas. Aquí quiero brevemente contar un terrible episodio que nos narró don Jacinto Brito, principal de Nebaj, en una actividad realizada por Consejería en Proyectos en octubre pasado. En Xoloché, Nebaj, como ocurrió en tantas otras, a finales de 1982 el ejército llevó a gente reclutada de comunidades vecinas a tapiscar porque era tiempo de cosecha de maíz. El ejército dijo a los patrulleros que el maíz sería para ellos. Al terminar la tapisca, hicieron un volcán de mazorcas y tomaron a doña Elena una mujer anciana y ciega, muy respetada en la comunidad, a quien colocaron sobre el volcán de mazorcas y prendieron fuego. “Dos jóvenes quisieron rescatar a la anciana, corrieron para sacarla del fuego pero estalló una bomba que los soldados pusieron debajo de la ropa de la anciana…pero después, porque no hay un pensamiento bueno, pasaron la máquina, una carretera hicieron, revolvieron los granos de maíz…y el cuerpo de la anciana” (PCS, 2013). Máximo Bá Tiul quien moderaba la mesa donde habló don Jacinto Brito, reflexionó sobre cómo mientras el Popol Wuj narra la relación directa que las mujeres tienen con el maíz, como símbolo poderoso de la existencia y de la vida del Pueblo Maya, el ejército también las enlaza en la muerte, en la destrucción y en el genocidio. De hecho, para destruir a las comunidades mayas, el ejército buscó profanar lo que es sagrado, profanó el maíz como profanó el cuerpo de las mujeres. Como parte de una pedagogía de la destrucción y de la extrema crueldad (Segato, s.f), entrenó y obligó a muchos hombres a exterminar con sus manos lo que formaba parte de su vida. El involucramiento de las mismas víctimas, es una estrategia de guerra que otorga impunidad, porque permite culpar a las víctimas. Por eso, quienes dirigieron las operaciones de contrainsurgencia en este país, deben ser juzgado por atentar contra la existencia del Pueblo Maya a través de la destrucción y de la muerte causada a tantas comunidades, familias y personas civiles. Discutir el genocidio implica también discutir la violencia colonial re-articulada durante los años de la represión política y como sistema actual, a partir de colocar en el centro la experiencia de las mujeres mayas.
Quiero concluir diciendo, que los crímenes cometidos en el cuerpo de las mujeres, deben ser quitados del lugar de la vergüenza, del tabú y del silencio. Estos no son crímenes de naturaleza sexual nada más, sino son crímenes de genocidio. No debemos hablar de la violencia sexual en voz baja, sino debemos denunciarla con voz potente, porque en cada mujer violada y masacrada hay un crimen contra el Pueblo Maya y contra la humanidad. La justicia para cada una de estas mujeres significa dignificar también al Pueblo Maya. Treinta años después de cometidos los hechos convergen razones para romper el silencio. Si lo primero que se busca garantizar con la violencia sexual es silenciar a las mujeres y fragmentar a las comunidades mayas, haber hablado es un actor de irrupción de gran importancia histórica. Para cerrar, reitero lo dicho al inicio, las mujeres nos han mostrado que silencio no es lo mismo que olvido.
MUJERES IXCHEL