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PUBLICACION REVISTA D

jueves, 19 de julio de 2018

LA AUTOIDENTIFICACIÓN INDÍGENA UN DERECHO



LA AUTOIDENTIFICACIÓN ÉTNICA ES UN DERECHO Y OBLIGACIÓN PARA LOS PUEBLOS DE GUATEMALA.


Por: Ed D. César Castillo


Los pueblos Indígenas deben identificarse en el Censo 2018, más allá de que hablen o no su lengua materna, utilicen o no un traje regional principalmente para los pueblos que el gobierno, transnacionales y empresarios están extintos como el Xinka, para visibilizar su existencia y validar su voto ante las amenazas constantes de violación de sus derechos.

Con esta pregunta podrá hacerse visible la presencia de los pueblos indígenas en el Guatemala, lo que obligará al Estado a formular políticas sociales y económicas a su favor y deter su constante invisibilización y genocidio político económico.

“Que los pueblos indígenas estén visibilizados va a servir para obligar a los gobiernos a crear e invertir en las políticas sociales, económicas, asignación de recursos, eventualmente definir cuotas políticas; es fundamental que los pueblos indígenas se autoidentifiquen más allá de si todavía hablan o no el idioma materno”.

Esta pregunta de autoidentificación significa un avance en el reconocimiento de los derechos de los guatemaltecos, para conocer cuántos ciudadanos indígenas hay en el país , es insuficiente solo utilizar el criterio de lengua materna.

“En el pasado, para acercarse a la realidad indígena, los censos en general utilizaban el idioma materno. Eso responde a un contexto donde los pueblos indígenas eran vistos como objetos de las política pública y los xinkas en proceso de rescate de su idioma eran victimizados y etiquetados como ladinos o no indígenas por no hablar el idioma propio. Con las transformaciones, pasan a ser sujetos de derechos individuales y derechos colectivos. El criterio para este enfoque de derechos es la autoidentificacion, por eso es que los países desarrollados a partir de la ronda de censos del 2000 empiezan a transitar hacia la inclusión de la autoidentificación para decir cuántas son las personas que pertenecen a los pueblos indígenas”.

El censo es fundamental para obtener la información básica sobre las condiciones de vida generales de la ciudadania, formular políticas públicas, reconocer a la diversidad étnica y cultural del país, para avanzar al fin primordial de reducir las brechas sociales, laborales, económicas y asegurar los servicios fundamentales como la educación, salud y justicia entre otros.

domingo, 1 de julio de 2018

LAS PLANTAS MÁGICAS DE LOS XINKAS




Tipos y efectos de las plantas mágicas de los Xinkas


La intensificación de la imaginación y la fantasía es ciertamente el efecto más llamativo de estas plantas y de sus simples aunque potentes moléculas neurotrópicas. Tan es así, que las figuras geométricas e intensamente coloreadas que son características de su acción sobre la percepción visual se han tomado como los motivos de manifestaciones artísticas tan distantes como los petroglifos, las tablas xinkas o el arte pop o psicodélico de los años sesenta del siglo XX. Sin embargo, a pesar de tener efectos comunes, que permiten considerarlas como una gran familia de drogas psicodislépticas (para usar la interesante nomenclatura de Jean Delay), los efectos particulares justifican que consideremos dentro de ella a subfamilias particulares. Podemos distinguir claramente a seis de ellas, cuatro de las cuales son precisamente las de nuestro interés en este momento: los alucinógenos propiamente dichos, los cognodislépticos, los inductores de trance y los delirógenos.

ALUCINÓGENOS. Sustancias que producen alucinaciones. La mezcalina del peyote y psilocibina de los hongos son los ejemplos más característicos de la familia en México, y se relacionan con las plantas sagradas por excelencia. Su recolección y consumo se llevan a cabo en el marco de elaborados rituales.


En México: Peyote o péyotl (Lophophora williamsii), Hongo o teonanácatl (Psilocybe mexicana). En el mundo: Yopo (Anadenanthera peregrina).



INDUCTORES DE TRANCE. Aunque difícilmente llegan a producir alucinaciones, se encuentran en plantas utilizadas desde tiempos remotos. Producen un estado de letargo y languidez, en el cual los sujetos tienen una percepción incrementada hasta el punto de la irritación y una estimulación de la imaginación que se usa, de manera adivinatoria, en contextos rituales.

En Guatemala: Hoja de la pastora o xinka pipiltzintzintli(Salvia divinorum). En el mundo: Marihuana (Cannabis sativa).


COGNODISLÉPTICOS. Aunque sin duda estimulan la imaginación, difícilmente llegan a producir alucinaciones; más bien alteran mecanismos de la memoria, de tal manera que es difícil recuperar la información reciente, y avivan todas las sensaciones y la fantasía. Algunos usos peculiares de estas plantas incluyen la oniromancia, es decir, la adivinación durante el sueño.

En México y Guatemala: Manto de la Virgen u ololiuhqui (Turbina corymbosa). En el mundo: Cornezuelo del centeno (Claviceps purpurea), de donde se extrae el LSD.


DELIRÓGENOS. Se trata de plantas de efectos potentes que nublan y disminuyen la conciencia. En dosis altas producen un delirio parecido al de la fiebre, con desorientación e intensas alucinaciones que el sujeto puede confundir con la realidad externa. Son plantas de tradición oscura y secreta, usadas en ritos de hechicería, en ocasiones para hacer daño a los enemigos o para atarantar al cónyuge infiel.

En México: Toloache o tolohuaxihuitl (Datura stramonium). En el mundo: Mandrágora (Mandragora officinarum).


EL MAGUEY UNA PLANTA MARAVILLOSA


EL MAGUEY 
LA PLANTA DE LAS MIL MARAVILLAS

Cuando los españoles penetraron en los hermosos valles abrigados por las cordilleras de la América del Sur, encontraron que las montañas, los ríos; las plantas, los animales y los hombres, todo era objeto de sorpresa y admiración. Efectivamente, Colón descubrió un nuevo mundo, no solo por ser desconocido para la raza civilizada de la Europa, sino porque mucho de lo que había en estas ignoradas tierras, llamaba la atención por sus extrañas formas y positiva novedad. Abundantes montañas que arrojaban fuego y hacían estremecer la tierra; floridos valles donde se producían frutos azucarados de los más vivos colores: espaciosas sementeras donde se cultivaba un grano saludable y  como el trigo (1): profundos barrancos donde se confundían en las arenas el oro, las esmeraldas, las ametistas y los topacios: montañas atravesadas por anchas fajas de plata que asomaban sus crestas hasta las elevadas cumbres de la sierra; producciones, en fin tan variadas como nuevas y verdaderamente útiles.

Una de las que llamaron, y con mucha justicia la atención de los primero europeos que pisaron estas regiones, fue el maguey, objeto de este escrito. El padre José Acosta, que vivía en México por los años de 1586, dice (2) el árbol de las maravillas, es el maguey. En efecto, su remoto y misterioso origen, su forma, su modo de vivir y morir, sus multiplicados productos, todo contribuye á que sea digno de ocupar un lugar muy señalado y distinguido, entre la infinidad de plantas que forman la magnífica y admirable flora mexicana.

¿Quién plantó el primer maguey? ¿Dónde se plantó? ¿Fué esta planta anterior al Diluvio ó posterior á este grande cataclismo? ¿Se formó acaso de alguna de las sustancias que quedaron depositadas en la tierra? ¿Era el maguey planta de las regiones del Asia, y las aves atravesando las montañas y los mares, trajeron estas semillas para depositarlas en la mesa central del Anáhuac (3) ó los primeros habitantes que pasaron á estas regiones, fueron los que condujeron en su larga y estraña peregrinación, todas las semillas de las plantas útiles á fin de cultivarlas y servirse de ellas para su alimento y vestido?  El origen del maguey es tan oscuro y dudoso como el de los primeros habitantes que ocuparon estas regiones, y cuando se trata de profundizar la materia, se encuentra que la historia de esta planta está mezclada de una manera íntima á las tradiciones fabulosas y á los grandes sucesos de las antiguas razas que ocuparon la mesa central de la América del Sur.

Los primeros habitantes del país de Anáhuac, según las tradiciones indígenas y la opinión de muchos de los escritores españoles, fué una raza de gigantes. Un terrible huracán que arrancó de raíz los árboles más antiguos y corpulentos, y unos terremotos que desgajaron las montañas, destruyeron á los gigantes; pero algunos de ellos escaparon en el valle del Atoyac, donde sin duda no fueron tan tremendos los huracanes ni los terremotos tan fuertes.

Estos gigantes que escaparon de la catástrofe, andaban desnudos, con el cabello suelto y desgreñado, comían la carne cruda de los animales feroces que mataban, como Hércules, con unas clavas ó mazas formadas de los troncos gruesos de los árboles, y eran altaneros, crueles y vengativos, siendo más dañinos y temibles, porque á su refinada barbárie reunían una fuerza sobrenatural (4).

Los habitantes civilizados que vinieron á cultivar los valles de Atoyac y Matlaueye, (Tlaxcala), se encontraron con estos hombres, más feroces que los animales de la montaña. Al principio, y por miedo, hicieron con ellos buena amistad; pero á poco tiempo conocieron que eran una pesada é insoportable carga. Los gigantes comían mucho, y los xincalancas ó toltecas tenían que cultivar la tierra que ocupasen en la caza para mantenerlo. Además, como los gigantes no tenían mujeres, se entregaban á todo género de abominaciones, de modo que llegaron á ser insufribles. Pensaron naturalmente deshacerse a toda costa de tan perversos huéspedes y purgar definitivamente de esos monstruos, las pintorescas riveras del Atoyac.

Un día hicieron un gran banquete y con las mayores instancias convidaron á todos los gigantes sin esceptuar uno solo. Como glotones que eran aceptaron sin dificultad. Sirviéndose cuantos manjares proporcionaba entonces la tierra. El agua se proscribió absolutamente y en su lugar se bebió el jugo del maguey. Los gigantes que por primera vez gustaban de ese delicioso licor, bebieron hasta que cayeron en tierra sin sentido. Entonces á una señal se levantaron los Toltecas tomaron sus armas, cayeron sobre los gigantes é hicieron una horrible carnicería acabando para siempre con esa raza maldita y que algunos autores en sus piadosas conjeturas han opinado que descendían del parricida Caín. Los Toltecas, Ulmecas ó Xicalancas, pues se asigna precisamente quienes fueron los autores de esta hazaña, para borrar hasta la memoria, enterraron los huesos colosales de estos sodomitas. Se ha creído que esos huesos encontrados en diversas partes del país, y de los cuales tengo varios (5), en mi poder, pertenecían á gigantes; pero los sabios Humboldt y Cuvier, han demostrado, que eran de especies de animales perdidas.

Sea como fuere, á la planta del Maguey se debió, que nuestros antepasados se librasen del yugo y servidumbre de los gigantes. 

¿Quién fué el primero que descubrió que del centro ó del corazón del maguey podía estraerse una sustancia dulce, agradable y embriagadora? La observación de las gentes del campo en el trascurso de muchos años, indica el uso y propiedades de las plantas, trasmitiéndose de padres á hijos, sin poder averiguar á quien se debió la primera observación; aunque después los sabios estudien, como ha sucedido con el té, el café, el tabaco, sus naturaleza y propiedades. Sin embargo, respecto del pulque, tenemos necesidad de referir la tradición, que como de época más moderna, merece seguramente más fé, que la de los gigantes que acabamos de contar; y cierto ó no, es uno de los episodios más poéticos é interesantes de la historia tolteca.

El Caballero Lorenzo Boturini, que como es sabido reunió una abundante y preciosa colección de mapas y manuscritos antiguos de los mexicanos, dice: que el Dios Ixquitecatl fué el que inventó el modo de sacar el aguamiel del maguey y que un monarca de los Culhuas que se embriagó en público, para disculpar tan vergonzosa falta, instituyó una fiesta que fué la cuarta movible, en honor de los dioses del vino, y en dicho día se daba licencia general á todos para embriagarse. Cualquiera que sea el fundamento de esta interpretación  de las pinturas simbólicas de los indios, nos parece más verídica y probable la muy importante que vamos á referir.

Por los años de 1045 á 1050, reinaba en el Imperio de Tollan, el octavo Rey Tolteca, llamado Tepancaltzin. Era un monarca sabio, rígido en sus costumbres, muy amado de sus vasallos, y temido y respetado de sus vecinos y tributarios; jamás había cometido falta q1ue empañase su conducta. Un día, y era en el año décimo de su reinado, se presentó en su palacio un noble y pariente suyo llamado Papantzin.

Señor, le dijo, mi hija ha descubierto que del centro de las plantas de Metl que  tiene en su jardín, brota un licor dulce y aromático. Hemos venido á ofrecer á nuestro rey las primicias de este descubrimiento.

El rey le dio las gracias y lo hizo sentar junto á su trono, y ordenó que fuese conducida a su presencia, la hija de su noble pariente.

La doncella entró con un tecomatl (6) pintado de color rojo en el cual había algunos presentes y flores, y además otra vasija llena de la aguamiel del maguey.

La doncella estaba vestida al uso de las nobles Toltecas, con una túnica de algodón blanca que le bajaba hasta los tobillos, y sobre esa túnica tres pellizas de algodón bordadas de diversos colores. Tenía 16 años, era de ese cutis sedoso y moreno de las hijas de los trópicos, de grandes ojos negros, de cabello abundante, negro y lustroso, de bica fresca, encarnada, franca y graciosa, que encerraba una dentadura más blanca que el marfil. Se llamaba Xochitl, es decir, Flor y en efecto, no había en todas las campañas de Anáhuac, flor que pudiera compararse á la hermosa hija de Papantzin.

El monarca recibió el presente, gustó el licor y dió las gracia á su noble pariente; pero con un embarazo y turbación tal, que desde luego se notaba que algo pasaba en su alma. Xochitl por su parte, pudorosa, inocente y casta, bajaba los ojos, el color encendía sus mejillas y sus miradas no se atrevían á encontrarse con las de su Soberano. Desde este momento su suerte quedó decidida. A los pocos días Tepancaltzin rogó a su pariente que enviase á su hija con una nueva provisión de aguamiel, y como en esto hacia grande honor el soberano á la familia; Xochitl se encaminó al palacio acompañada de su nodriza, y presentó de nuevo algunas vasijas del sabroso licor.

El rey le dijo que una doncella tan noble y tan hermosa, debía ser educada y servida como una princesa en la casa real, y en consecuencia la envió á su palacio de Palpan, participando á su pariente esta resolución con la nodriza que regresó sola á la habitación de la doncella.

Durante más de un año el amor y las delicias, coronaron la ardiente pasión del monarca, y de su unión secreta con Xochitl, resultó un niño hermoso como los padres que le dieron el ser. Se le puso por nombre Meconetzin (hijo del maguey) aludiendo á que esta planta fué el origen  de estos afortunado amores (7).

El padre de la joven que había concebido ya sospechas, y que sobre, todo deseaba ver á su hija, de la cual había estado separado cerca de dos años, se disfrazó de mercader y logró introducirse al palacio de Palpan, hasta llegar á la que encontró con un niño en los brazos.

Las costumbres puras y sencillas de los primeros Toltecas, no podían menos de convertir tales lances amorosos, en motivo de escándalo y aun de crimen; así es, que Papantzin, no contuvo su cólera e indignación, sino por el respeto profundo y tradicional que los súbditos profesaban á sus reyes; pero con la conciencia y el derecho de un padre engañado y ofendido, se presentó á reclamar al rey la honra de su hija. El rey, mas con el lenguaje de un enamorado, que con el tono altivo de un monarca, procuró disculparse y prometió distinguir á su noble querida, y fijar en su hijo la sucesión de la corona. Colmó de presentes al ofendido viejo, y le prometió que cuidaría de reparar su honor en la primera oportunidad.

El monarca era casado, pero en efecto, tan luego como falleció la reina, se llevó á Xochitl y á su hijo, á su residencia y según algunos autores, se casó con ella.

En pocos años el hijo del maguey, fué un joven gallardo, entendido, inclinado al gobierno del reino y á la guerra. Habiendo concluido su padre el periodo de su reinado que debía ser de 52 años, mandó que fuese reconocido como sucesor su hijo, que se llamó más tarde Topiltzin ó el justiciero, y entregó el gobierno á Xochitl, la que se condujo como una mujer llena de prudencia, de talento y de virtudes, de tal que se captó el amor y respeto de todos sus súbditos. Sin embargo, tres señores ó Régulos poderosos de la corte, bajo el pretesto de la irregularidad de la sucesión, rehusaron reconocer como soberano al hijo de Xochitl, mantuviéronse quietos mucho tiempo, pero al fin declararon abiertamente su rebelión, y coligados, reunieron un numeroso ejercito y se encaminaron á batir á Topiltzin hasta las puertas mismas de su capital.

Celebróse una tregua de diez años; pero terminada, comenzó la guerra más encarnizada y formidable por ambas partes. El monarca Tolteca peleó siempre (8) con valor y con fortuna durante tres años, pero á la plaga de la guerra se añadieron la peste y el hambre que diezmaron á todas las poblaciones del imperio, las que débiles y faltas de todo recurso, fueron sucesivamente cayendo en poder de los enemigo, que todo lo llevaban á fuego y sangre.

En cuanto á Xochitl, fiel á sus costumbres y á su raza y con todo el noble orgullo de una gran señora, jamás se doblegó ni á las circunstancias ni á los peligros. Sus faltas, si las tuvo, las expió sobradamente con una serie no interrumpida de sufrimientos durante todo el tiempo de la guerra. Animosa y fuerte no hubo riesgo que no arrostrase, ni dificultad que no procurase vencer por afirmar los derechos y el trono de su hijo, hasta que abandonada enteramente de la suerte, cayó muerta al lado de su esposo Tepancaltzin en una de las últimas batallas que señalaron la completa destrucción y ruina del Imperio Tolteca. Los vencedores estaban de tal manera estenuados al tiempo de obtener el triunfo, que lejos de poder reconstruir la monarquía que habían destruido, á duras penas pudieron retirarse á sus tierras. Topiltzin se refugió á la corte Chichimeca y jamás quiso volver á los lugares que fueron testigos de su brillo pasajero y de su completa desgracia. El país por algunos años quedó aniquilado y desierto, hasta que vinieron a poblarlo otras razas procedentes de los desconocidos países del Norte, y formaron otro nuevo y poderoso Imperio.

Tal es en compendio la historia del descubrimiento del pulque. Si ella es una mentira, mentira convencional es también la historia primitiva de todos los pueblos, siempre adulterada por las pasiones y los intereses de los hombres, y convertida cuando más en una fábula respetable. Nuestro plan no sería completo si no refiriésemos todo lo que hemos podido inquirir con relación á la singular planta, que es objeto de esta memoria.

Mas sea que fuese la divinidad de que habla Boturini ó la reina Xochitl la que descubrió el licor del maguey, el caso es que los diversos usos de esta planta eran muy conocidos muchos años antes de que viniesen los europeos á la América.

En la gran fiesta que se celebraba en honor del dios Texcatlipuca se ponían en el templo mayor de México, muchas espinas de las que se servían todos los que hacían penitencia, picándose las piernas hasta que les brotaba la sangre. También había disciplinas hechas de las fibras de las hojas de esta planta: con ellas se azotaban y era un deber presentar al dios estos trofeos ensangrentados que se depositaban en un cuatro construido en el mismo templo.

            El Cronista Antonio de Herrera en el siguiente párrafo confirma lo que asentamos en el precedente. “En acabando de “incensar las dignidades y sacerdotes del templo, también había una pieza con muchos asientos, y con puntas de maguey se sacaban los penitentes de la espinilla junto á la pantorrilla mucha sangre, untábanse las sienes bañando con la demás sangre, las lancetas, y poníanlas entre las almenas del patio, hincados en unas bolas de paja para que los viesen.”

En cuanto al licor del maguey, se generalizo tanto, que muchos reyes tuvieron que dictar leyes muy severas contra la embriaguez, hasta llegar á decretarse la pena de muerte para los nobles á quienes se probase que tenían tal vicio.

            La venta del pulque estaba prohibida y se cuenta que un día el rey Netzahualcoyotl, que entonces estaba fugitivo,  entró en casa de una señora viuda y rica, y cerciorado de que contra la ley hacia un gran comercio, vendiendo pulque, mandó antes de separarse de la casa, que fuese ahorcada, lo que al punto ejecutaron las gentes que le acompañaban.

            Permitiase únicamente el uso del pulque á las mujeres que estaban criando, y á los viejos; y se designaba una cierta dosis para los soldados cuando andaban en campaña.

            Aunque el principal objeto de los españoles que vinieron en los primeros tiempos de la conquista, era buscar oro, plata y piedras preciosas, la planta del maguey era tan notable, que como hemos dicho al principio, no pudo menos de llamar la atención de la mayor parte de los escritores que se ocuparon de las cosas de estas tierras; así no hay autor que no haya dicho algo del maguey.

            Encontraron la planta, no solo en el continente, sino en muchas de las islas; aunque creo que pudieron haberlo confundido con los Aloea cuya forma exterior es semejante. Creyeron que estas plantas, eran unos cardos ó alcachofas gigantescas, y en efecto le nombraron Cardón, pero realmente no pudieron conocer bien sus propiedades, sino cuando visitando con más espacio la mesa central, y más impuestos del comercio, usos y costumbres de los mexicanos, se cercioraron de la multitud de usos que los naturales de Nueva España hacían de esta planta.

            Pudieran llenarse muchas páginas con citas de los autores que han hablado del maguey; pero como las descripciones se parecen las unas á las otras, nos contentaremos para no hacer muy difuso y cansado este escrito, con citar un párrafo de uno de los escritores más antiguos, para dar a conocer la manera como consideraron esta planta los primeros pobladores europeos (cita número 9)

            “Existe en este país una planta que es á la vez árbol y cardo. Las hojas son gruesas como la rodilla  y más largas que el brazo. Sale del centro un retoño que  se eleva dos ó tres veces á la altura de un hombre, y su grueso es como un niño de seis á siete años. Cuando está maduro, los indios cortan la base del retoño, la que produce un licor que mezclan con las cortezas de un árbol particular. Un día o dos beben con exceso hasta que caen de borrachos, y aunque pierdan la razón, no por eso dejan  de beber, porque es un punto de honor el emborracharse. Este árbol es de la más grande utilidad, pues produce vino, vinagre, miel y un brebaje semejante al jugo de uva cocida.  También sirve para hacer vestidos de los hombres y mujeres, zapatos, cuerdas, y sirven también para techar las casas. Recogen también las hojas de este árbol ó de este cardo el cual es tan estimado por los naturales, como la viña entre los europeos. Cuecen las hojas en hornos hechos en la tierra y los rodean de leña con un arte particular. Asan las  hojas, les quitan la corteza y los nervios y fabrican una bebida (mezcal) con la que se embriagan. Los naturales les llaman magueyes.”

            Hernán Cortés en las difusas relaciones que escribió a á Carlos V apenas consagró unas cuantas líneas al maguey. En la segunda de las cartas hablando del mercado dice: “Venden miel de abejas y cera y miel de cañas de maíz, que son tan melosas como las de azúcar; y miel de unas plantas que llaman maguey, que es muy mejor que arrope y de estas plantas hacen azúcar y vino que así mismo venden”

            Nada podía dar testimonio más patente de lo adelantada que estaba la agricultura entre los Toltecas y Mexicanos, como el esmerado cultivo del maguey, el estudio minucioso que habían hecho de todas sus propiedades y el utilísimo empleo y aplicación de sus productos á las necesidades y aun á los placeres de la vida. Los españoles en lo general hablaban del vino que producía la planta y de la embriaguez de los indios; pero no observaban el arte y esmero con que se aprovechaban de esta planta, que era para los nobles un objeto de riqueza inagotable y en la mayor parte de los señoríos y reinos Culhuas, Teopanecas, y Mexicanos la base de la subsistencia de las familias de la clase ínfima del pueblo.

            En efecto, estos plantíos, por reducida que fueran, les proporcionaban ocupación y subsistencia. Los magueyes que estaban ya en estado de producir licor eran explotados, y el jugo convertido en esa miel y azúcar que el Conquistador encontró en el mercado de Tlaltelolco. El producto de la venta servía para adquirir otros objetos necesarios en las familias. Como las hojas del maguey van secándose á medida que se extrae el jugo, en vez de tirarlas ó dejarlas abandonadas en el campo, las recogían, las echaban en agua para que acabase de destruirse la parte carnosa, y recogiendo cuidadosamente las fibras, con las muy finas tejían vestidos para hombres y mujeres, y de las gruesas hacían sandalias, sogas, disciplinas, ondas, escudos ó rodelas para los soldados, y otras varias cosas (cita número 10). Esto daba ocupación á las mujeres, que eran por lo general las que se dedicaban á este género de trabajos, mientras los hombres se empleaban en las faenas del campo, ya para el trasplante y beneficios necesarios al maguey, ya para el cultivo del maíz, de las legumbres y de los árboles frutales. 

Cuando había necesidad de techar una casa los vástagos de los magueyes que acababan de florecer, servían de vigas y las hojas de tejas para el techo. Si el invierno era  muy fuerte ó la leña y el carbón se escaseaban, los desperdicios secos de las hojas pequeñas que quedaban en el campo, proporcionaban combustible abundante.

            El fuego, que todo lo aniquila y consume, no era bastante poderoso contra esta planta. Las cenizas de las hojas no sólo servían como todas las cenizas, para abonar la tierra, sino que de ellas se hacía una excelente lejía.

            Si se trataba de lavar la ropa, una cierta parte d las raíces servía de jabón, y si a las cocineras faltaban vasijas, las hojas del maguey acanaladas y compactas les proporcionaban el que echasen en ellas la masa del maíz, antes de hacer los panes ó tortillas. Si las gentes entendidas y sabias tenían necesidad de consignar los sucesos históricos, era el maguey el que les proporcionaba,  de la epidermis de las hojas, un papel blanco, compacto, sedoso y á propósito  para que esos documentos se conservasen muchos años (cita número 11).

            Los artistas también tenían que servirse del maguey para confeccionar las obras raras de mosaico y pluma que trabajaban. ”De estas pencas hechas pedazos (dice el P. Motolinía) (cita número 12) se sirven mucho los maestros que llaman mentecato, que labraban de pluma y oro, y encima de estas pencas hacen un papel de algodón engrudado, tan delgado como una muy delgada toca; y sobre aquel papel y encima de la penca, labran todos sus dibujos; y es de los principales instrumentos de su oficio. Los pintores y oficiales se aprovechan mucho de estas hojas. Hasta los que hacen casas toman un pedazo y en él llevan el barro.”

            En una palabra, no había ninguno de los usos domésticos de los tiempos antiguos de México, que no tuviese relación con el maguey, y con razón el Dr. Hernández decía que era una planta que á una familia económica, podía proporcionarle, por si sola, la subsistencia sin necesidad de ninguna otra cosa.

            Pocas o ningunas noticias nos han dejado los escritores, por las cuales se puede deducir la extensión que tenía el cultivo de esa planta entre los mexicanos. Sí, se sabe que en los reinos de Tollan, de Texcoco, de México y en las repúblicas independientes de Tlaxcala, Huexuzingo y Cholula, y en muchos otros señoríos de los valles de Puebla y México se cultivaba el maguey en gran escala, y los vasallos pagaban una parte de los tributos en vestidos y calzados hechos con las fibras del maguey. “El tributo que pagaban los Chichimecas de la provincia de Tepetlaoztoc consistía en conejos, liebres, siervos, pieles de animales y mantos ó capas de una tela fabricada con el latli o peto de maguey.”

            Herrera asegura que había grandes plantíos de maguey de pulque en Nueva Galicia (Guadalajara) y Michoacán: sin que esto sea dudoso, debe suponerse que esos plantíos de maguey no eran de la calidad exquisita de los que cultivaban los mexicanos.

            Sea como fuere, el caso es que el cultivo de maguey que positivamente podía, lo mismo que las gramíneas, llamarse una planta socia, debió tener durante las épocas de prosperidad de los imperios de Tollan, México y Texcoco, una importancia difícil de concebirse ni calcularse hoy. La población, según los datos más probables, subía á más de treinta millones, y este número aunque se reduzca á la mitad, estaba agrupado precisamente en la región del maguey. El algodón y las fibras del maguey eran la base para la construcción de las telas que servían para el vestido; y el vestido, aunque de cierta manera y forma que repugna á las modas europeas, lo usaban la mayor parte de los pobladores de la raza Tolteos que fue la que se esparció por diversas provincias de México y formó sociedades regularizadas. El consumo de pulque como bebida la más agradable de todas las que usaban, debió también ser considerable, así como el de la miel, puesto que carecían de las cañas de azúcar.

LA PROSTITUCIÓN EN LA ÉPOCA POST-INDEPENDENTISTA


LA PROSTITUCIÓN INDÍGENA, MESTIZA Y NEGRA EN LA ÉPOCA POSTINDEPENDENTISTA

Consideradas el estrato más bajo durante este periodo, las mujeres indígenas y sexoservidoras tenían que pagar impuestos y llevar un registro de salud
 En medio de una época conservadora a finales del siglo XIX y a principios del siglo XX, el papel de la mujer se desempeñaba únicamente a las labores propias de la familia y el hogar, por lo que otra actividad como la prostitución era vista con asombro, desprecio y discriminación.
 El oficio más viejo del mundo encontró una forma de crecer y con el tiempo de establecerse como una actividad rentable en las ciudades pobladas de la época.
 Las mujeres indígenas se enfrentaban a diversos cambios, primero el rápido cambio del campo a la ciudad, los procesos industriales introducidos con el ferrocarril y la moral.
 Las sexoservidoras indígenas y mestizas de finales del siglo XIX se adaptaron a las circunstancias y supieron rentabilizar sus encantos, situación que les otorgó cierta independencia y poder ante el manejo de su cuerpo, pero las ubicaba en el estatus de personas indeseables y relegadas de la sociedad.
 Registro fotográfico como medio de control
En la época de contaba con un registro fotográfico sobre la prostitución, los cuales abarcan de 1890 a 1969 con imágenes de mujeres que se dedicaban al comercio sexual regulado.
En términos históricos tiene una gran relevancia, debido a que se comenzó a generar uno de los archivos visuales más voluminosos  del pais.
Fue hasta 1875 que se propuso la creación de un mecanismo de control sanitario en burdeles y en 1881 se realizó un reglamento, pero se puso en marcha hasta 1890, lo que requirió de un registro fotográfico para su manejo.
 La importancia de realizar un registro fotográfico se debió a una necesidad de regular una actividad “tabú” por su forma de crecimiento acelerada.
 La prostitución se convirtió en una empresa rentable por medio de los burdeles. En 1895, se estableció el primer reglamento donde las dueñas pagaban impuestos ante la Tesorería Municipal, se les indicaba la cantidad por apertura y registro de “mesalinas” a su cargo. Fue entonces, cuando se convirtió en un negocio legal, clasificado en tres categorías, lo mismo que las prostitutas, ya que, de acuerdo al rango era la cantidad a pagar.
 La prostitución fue considerada un problema social y religioso desde el Virreinato y en la época independentista se consolidó en una reglamentación. Esta actividad estaba calificada por debajo de los criminales, enfermos mentales, homosexualidad y vagabundos.
A diferencia de otros oficios realizados por las mujeres en esa época, las sexoservidoras tenían ingresos, pero al estar reguladas debían de pagar impuestos, con horarios y lugares establecidos; esto en el caso de las reglamentadas, ya que la actividad se movía en la clandestinidad.
Las autoridades a finales del siglo XIX buscaban brindar servicio médico y control de la moral a las también llamadas “mujeres públicas”. Este tipo de medida estaba inspirado en el modelo francés de sexoservicio de 1865.
En el registro fotográfico y sanitario resaltan los siguientes datos: el nombre, las dueñas de los burdeles, sus categorías, sus agremiadas, el tipo de control sanitario al que eran sometidas, fecha de alta y de baja en la actividad, salidas de la ciudad, nacionalidad, edad y filiación completa.
Aunque en los registros no destacan los orígenes étnicos, las autoridades tenían la clasificación de “claras”, "indias" "negras" “oscuras”, “trigueñas”, “morenas”, “blancas”, “oscuras”, “rosadas” o “amarillas”.
Las fotografías eran tomadas en su mayoría de pie, destacan la ropa de la época y aspecto según la categoría de prostituta, lo que determinaba su joyería, peinado, vestido, etc, dicho registro se entregaba en forma de tarjetón.
El reglamento de ese tiempo tenía una serie de normas que establecían algunas restricciones cómo, evitar escándalos fuera y dentro de la casa, malas apariencias y faltas a la moral pública, vestir con decoro y salir acompañada de un hombre; asimismo, se les pedía tener una afiliación religiosa y contar con un hospital especializado en ETS.
 Las edades abarcaban desde los 14 hasta los 41 años. La productividad de una mujer se establecía en su juventud, ya que las ETS eran la principal causa de muerte.
 Este acervo fotográfico forma parte de una importante colección visual del Archivo Histórico el cual recopila fotografías de sexoservidoras de diversas edades, estratos sociales y datos médicos, también cuenta con informes policiacos, partes médicos, infracciones, multas, quejas, licencias, denuncias, formatos de descontento y resistencia, además de redes de apoyo y solidaridad por el oficio.
 Los registros dejan nulos datos sobre la identidad de los clientes, aunque a grandes rasgos se sabe que asistían a las casas de citas los artesanos, agricultores, trabajadores de gobierno, vendedores, cargadores, aguadores, policías e intelectuales de la época.
 Obligaciones de las sexoservidoras
 Los deberes y obligaciones de las “mujeres públicas” eran: inscribirse al registro en la jefatura de policía, estar pendientes de su registro médico los martes y jueves, llevar su tarjetón de identificación, no vivir en vecindades, no agruparse en lugares públicos, vestir de forma decente y no hablar groserías, no hablarle a hombres con niños y mujeres ni hacer tratos ilícitos con adolescentes, avisar del cambio de domicilio y avisar en caso de dejar el oficio, pagar la cuota de uno a dos pesos según la categoría a la que pertenecieran.
Cabe destacar, que este registro no fue un salvamento para el comercio sexual, ya que los datos históricos muestran que la venta de mujeres, la influencia de los proxenetas y los burdeles fiscalizaban dicha labor.
La prostitución durante la época fue un trabajo con muchos matices, por una parte daba a la mujer indigenas, mestizas y negras cierta independencia económica, pero la confinaba a la desaprobación social, eran fichadas como “malas mujeres” y pertenecían al estatus social más bajo.

EL RACISMO HA MUERTO?



¿EL RACISMO HA MUERTO?

“El racismo ha muerto” era la consigna de muchos intelectuales en las décadas de 1960 y 1970. Con ella se enarbolaba la falsa idea y la esperanza de que el racismo había dejado de existir como un problema en las sociedades postmodernas y la creencia de que todo lo que quedaba de esa etapa oscura de la sociedad eran unas actitudes discriminatorias o unos neorracismos que no tenían un carácter racial sino cultural. Sin embargo, ya Taguieff nos advertía del peligro de banalizar el fin del racismo o su mutación, atribuyéndolos a comportamientos de índole cultural y no racial (1995: 152 y ss.). Wieviorka también señalaba lo que suponía un recrudecimiento del racismo en las sociedades europeas, con su nueva focalización en el inmigrante, el islamista o en determinados extranjeros; en otras palabras, en “el bárbaro”, es decir, en aquel que no habla nuestra lengua, no practica nuestros usos y costumbres, no es asimilable a la sociedad occidental porque tiene un comportamiento cruel e inhumano hacia el resto de sus congéneres (1995: 205-223, 2009; 21).

La miopía de Occidente, al no distinguir el racismo como una corriente soterrada que se esconde bajo comportamientos o actitudes “políticamente correctos”, no ha podido ver que este ha permanecido latente en todas nuestras sociedades. El precepto falso de que se podía paliar con multiculturalidad o interculturalidad nos ha llevado a enfrentarnos, de improviso y como quien despierta de una pesadilla, con un racismo manifiesto y brutal, conducido y expresado por el Estado y los partidos políticos, cuya máxima expresión la tenemos en los Estados Unidos y su actual administración.

La complacencia de intelectuales, académicos, elites simbólicas, medios de comunicación y de los ciudadanos nos hace reflexionar sobre la connivencia de algunos de ellos, como apunta Van Dijk (2001) en sus escritos sobre racismo y discurso. Ello ha conducido a la situación actual, es decir, a la presencia explícita en todo el mundo de un racismo -que se expresa ya no solo en las redes sociales- contra el inmigrante, el “moro”, el “indio”, el “negro” o el “mexicano”. En otras palabras, contra todo aquel catalogado como “bárbaro” no solo por su forma diferente de usar el idioma o de compartir la cultura hegemónica, sino porque desata el acoso y el miedo. Así, el Otro termina por ser percibido como una amenaza para nuestras sociedades, como un peligro público que hay que erradicar. La dicotomía que no ha variado en su esencia es la de civilización versus barbarie, en la que la primera corresponde siempre a Occidente y a la “raza blanca”. Desde esta perspectiva se juzgan y valoran las demás culturas y es aplicada a escala jerárquica con subniveles de barbarie y, también, de grados de civilización.

La ideología racista es uno de los instrumentos más poderosos que explican por qué actos y prácticas racistas y otras formas de violencia pudieron derivar en genocidios, como sucedió en Guatemala, Ruanda o Bosnia Herzegovina. Esta ideología racial y racista posee una larga historia, que desgraciadamente pervive y se ha ido fortaleciendo en los últimos veinte años en Europa y en América Latina. Conscientes de ello, durante todo este tiempo hemos continuado denunciando, padeciendo y combatiendo esta corriente de pensamiento. En especial Guatemala en las últimas décadas ha sido enfrentada y ha dejado de ser negada y quizá por ello se ha producido un recrudecimiento del racismo en los medios. Ello nos ha vuelto más conscientes de su magnitud, de cómo nos afecta y de la importancia de combatirla.

Guatemala es, sin duda, una de las sociedades más racistas de toda América Latina y una de las que más le ha costado reconocer un hecho evidente para todos los discriminados, aunque menos para el resto de la población no indígena. Por ello llevamos más de veinticinco años denunciando este racismo, gracias a lo cual se ha conseguido integrar su problemática como parte de la agenda pública y política. Por lo mismo, este tema se ha convertido también en un campo de batalla, especialmente en la prensa y en las redes sociales. En otros artículos hemos barajado muchas hipótesis sobre las causas de este racismo persistente y poco moldeable, aunque resulta muy difícil aventurar con entera certeza las razones de su enquistamiento en la sociedad y en el Estado. 

* El arraigo de las raíces históricas del racismo. Por ser un elemento histórico-estructural que se inicia con la Colonia y mantiene una continuidad a lo largo de toda la historia del país, el racismo, en lugar de desaparecer, se ha reforzado debido a la persistencia de la ideología dominante y su fuerte presencia en las instituciones del Estado.

* La ideología de la clase dominante, que se dispersó por el conjunto de la sociedad, tuvo desde sus inicios un fuerte componente racista que se reforzó durante la época liberal con las teorías darwinistas, en sus versiones más radicales del degeneracionismo y la eugenesia, y que se consolidó aún más durante la etapa contrainsurgente. En ese momento este rasgo se exacerbó con el postulado de que “todos los indios”, por el hecho de pertenecer a “un grupo étnico como tal”, eran “enemigos públicos”, lo que desembocó en un genocidio.

* La construcción de un discurso racista con la aplicación de una serie de tópicos contra los indígenas que apenas han variado desde la Conquista hasta la actualidad. Los epítetos solo se han ido modificando con el paso del tiempo, pero manteniendo siempre como finalidad la descalificación del Otro y su humillación para justificar un sistema de dominación basado en las desigualdades económicas, políticas y sociales.

* La ideología racista de la clase dominante guatemalteca es peculiarmente manifiesta y agresiva y se fundamenta en un racismo biológico-racial. Este es utilizado como mecanismo de amalgama de dicha clase y de reconocimiento de sí mismos como “blancos o blanco-criollos”, por autoadscripción. Con ello justifican una supuesta superioridad racial frente a los Otros, los indígenas y/o mayas, que avala todo un sistema de explotación.

* La escasa presencia de una ideología del mestizaje -lo que en México recibió el nombre de “mestizofilia”- que permitiera valorar tanto la cultura de los pueblos ancestrales como la hispánica y diera como resultado la identidad del mestizaje como superación de ambas.

* La naturaleza misma del Estado de Guatemala, fundamentada en un racismo de Estado que empieza a operar como tal desde el siglo XIX, en la medida en que excluye, desconoce y minusvalora a los pueblos indígenas y que trata de homogeneizar la nación por la vía de la eugenesia o del blanqueamiento. En el peor de los casos, cuando se producen sublevaciones de las poblaciones indígenas, acude a su exterminio.

* El tránsito de un Estado racial a uno racista, basado en la jerarquización de las razas y en un modelo estatal monoétnico y monocultural, se produce cuando los aparatos represivos e ideológicos del Estado comienzan a obedecer a una lógica de discriminación racial, de exclusión social y política e incluso de exterminio físico o cultural hacia otros grupos étnicos, comunidades o pueblos, con el fin de mantener un dominio de clase, etnia o género, bajo el argumento de la superioridad racial de un grupo frente a los otros. La culminación de este racismo de Estado se produce con el genocidio en la década de 1980.
* El miedo ancestral al “fantasma del indio irredento” –a que el día en que “el indio se subleve” va a acabar con todos los ladinos y blanco-criollos a causa de su “ser vengativo y resentido”– se agudizó durante la etapa contrainsurgente, al punto que el indígena se convirtió en enemigo de la nación y sujeto de exterminio.

Sin duda alguna, estos argumentos tenían como finalidad mantener el férreo control del poder por parte de una elite vinculada por redes familiares de larga duración, a la que hemos denominado núcleo oligárquico. Ellos han sido los propietarios de la tierra y han controlado el comercio, la industria y las finanzas. La ideología descrita les ha asegurado un sistema de explotación y de mano de obra barata, tanto en el campo como en la ciudad, y les ha permitido, sobre todo, mantener el control del Estado como su feudo.

Múltiples son los argumentos que podríamos esgrimir, pero lo cierto es que, en cada ocasión que hay un conflicto social o económico, cada vez que los pueblos indígenas manifiestan sus justas demandas por la tierra, por los derechos ancestrales, por el pluralismo jurídico o simplemente el derecho a ser respetados y reconocidos como pueblos indígenas, los discursos y las prácticas racistas recobran fuerza y despiertan la alarma social del “fantasma del indio irredento y vengativo”.

Con el fin de la guerra y la firma de la paz en 1996 con base en los Acuerdos Sustantivos de la Paz Firme y Duradera, en especial del Acuerdo de Identidad y Derechos de los Pueblos Indígenas (AIDIPI), firmado el 23 marzo de 1995, se abrieron algunas ventanas y se lograron ciertas conquistas para los pueblos indígenas, a saber: la oficialización de los idiomas indígenas, el reconocimiento de su religión, cosmogonía y lugares sagrados y del uso de sus trajes, el reconocimiento de las toponimias en idioma maya y la ley de educación bilingüe e intercultural.

Sin embargo, aquellos artículos del AIDIPI sobre la protección del patrimonio cultural maya y la propiedad y posesión de la tierra nunca fueron abordados pues en 1999 se perdió la consulta para la reforma constitucional que debía declarar a Guatemala como una nación multiétnica, multilingüe y pluricultural, por lo que las reformas quedaron suspendidas. No obstante, la aprobación de la Ley contra la discriminación de los pueblos indígenas y la creación de instituciones afines, como la Defensoría de la Mujer Indígena (1999), la Comisión Presidencial contra el Racismo y la Discriminación de los Pueblos Indígenas (CODISRA) (2002), el Consejo Asesor Indígena para la Presidencia (2004) y la Unidad de Desarrollo para los Pueblos Indígenas, fueron algunas conquistas que marcaron un camino sin retorno.

El fracaso de la Consulta Popular en 1999 que supuso, como ya dijimos, un varapalo para que se pudieran concretar y llevar a cabo todas las reformas previstas en el Acuerdo, se debió, en gran parte, a la agresividad del discurso racista durante la campaña por el NO de las elites políticas y simbólicas, así como a la falta de información y divulgación de las preguntas del referéndum y a graves errores del movimiento maya en su momento.

La Secretaría de la Paz (SEPAZ), después de 22 años transcurridos desde la firma de los Acuerdos, acaba de presentar una valoración, a mi juicio, excesivamente positiva de los avances del AIDIPI, en la que considera que más de la mitad de sus artículos han sido cumplidos y llevados a la práctica. Sin embargo, la persistencia del racismo es un hecho evidente. Para dar cuenta de esto, me centraré en tres episodios donde el racismo se ha exacerbado y que casualmente coinciden con momentos en que los pueblos indígenas han reivindicado sus derechos más elementales, entre ellos el derecho a la vida, a la justicia por las graves violaciones de los derechos humanos de los que fueron víctimas y por el genocidio, a su soberanía territorial y al reconocimiento del pluralismo jurídico.

El primero de ellos es el juicio por genocidio del Pueblo Maya Ixil en contra de Efraín Ríos Montt y Mauricio Rodríguez Sánchez realizado en 2013. Cuando se inició el juicio, la opinión pública se dividió entre los sectores negacionistas y los que demostraban estupor al conocer lo que había sucedido. Entre los más radicales y extremistas del primer grupo, claramente vinculados a la Fundación contra el Terrorismo creada por Ricardo Méndez Ruiz y Avemilgua (2013), se dejaron oír las siguientes opiniones:

* “Es una traición a la patria, la familia y la nación”, “supone dividir al país y revivir la guerra y la confrontación”.

* “Es una venganza y revanchismo de los indios y un linchamiento jurídico contra el Ejército y el pueblo de Guatemala”.

* “Es un invento de las indias como Rigoberta, esa ‘india Tishuda’ que debería de estar vendiendo papas en La Terminal”.
En cuanto aparecía en la prensa un escrito de alguna intelectual maya, como Rigoberta Menchú o Irma Alicia Velásquez, la respuesta de las elites simbólicas y de las redes sociales era virulenta y la lectura de blogs arrojó, una vez más, un profundo racismo hacia los pueblos indígenas en comentarios como el siguiente:

* “Al indio hay que sacarle del vientre de la madre, porque si nacen se van a la montaña, es difícil agarrarlos, acaso no fue la filosofía de los militares”; [con el juicio lo que se quiere es] “desprestigiar a nuestra patria con el indeleble calificativo de genocidio”.
De nuevo nos encontramos con el racismo histórico estructural que hemos denunciado en otras investigaciones, pero en esta ocasión hemos podido comprobar que no solo entre las elites intelectuales y políticas, sino también en las clases medias urbano-ladinas se expresa un rechazo hacia la población indígena, a la cual se le niega el derecho a hablar, contar su historia y enjuiciar a los responsables de semejantes atrocidades.
Una de las declaraciones explícitas de mayor odio y resentimiento lo encontramos como comentario a un artículo de opinión donde se expresaba claramente un discurso racista y de odio en contra de la población indígena que en cualquier otro país hubiera sido penalizado:
* “Que viva la justicia, vamos General Ríos Montt, estos indios parásitos ya se les está cayendo el teatro de sus testigos falsos, con su presión a la juzgadora. Malaya la hora en que en verdad no fue genocidio, ojalá se hubieran muerto todos los indios que ahora andan bloqueando las carreteras” (énfasis nuestro).
Este tipo de comentarios abarcó casi un 40% de los discursos publicados en la prensa escrita y en los blogs, lo que indica que el racismo no solo no se ha frenado sino que se ha recrudecido y que se está evidenciando un racismo renovado y exacerbado.

LA SILLA DEL INDIO

(Monta de indios 1876)

LA SILLA DEL INDIO


Durante la Colonia los indios tenían prohibido montar a caballo, en cambio nada impedía que los blancos montaran en los indios. Y cuando menos en tierras guatemaltecas la costumbre de jinetear chamulas continuó mucho después de la Independencia.

Cabalgar monturas humanas no es más que la forma extrema de reducir naturales a la condición de acémilas parlantes; una modalidad, entre otras, del sometimiento laboral de las razas de color a los hombres de razón. Y remontar las serranías con un viajero a cuestas no era el peor empleo que amenazaba a un chamula, más matadoras eran las pizcas cafetaleras de Soconusco o la tumba de caobas en las monterías del Petén.

Pero siendo relativamente llevadero, uncirse a la silla de indio es también el emblema de la ignominia. En las vertiginosas veredas de Los Altos, como en las aristas de los Andes, los blancos se montaron literalmente sobre las espaldas de los morenos, y su perverso cabalgar devino alegoría de la extenuación laboral de mayas y Xinkas; razas supuestamente inertes cuya proverbial carencia de necesidades y ambiciones justificó el cepo educativo y el látigo civilizador. Así, la naturaleza rejega de los cobrizos fue coartada de su conversión a máquinas animadas; acémilas parlantes susceptibles de ser cazadas, encadenadas, azotadas y, en el extremo, cabalgadas.

La bestia de dos cabezas y un solo par de piernas efectivas, el bifronte trepador de serranías, es además símbolo de una ignominia dual y compartida, pues tan infamante resulta la condición de montura como vergonzosa la de jinete. Cual asimétrica figura de baraja, el bizarro par es también un palíndroma imperfecto: leído de arriba para abajo, el humillado es el cargador, en la lectura opuesta lo es su carga, el bulto crispado e impotente que viaja a sus espaldas.

Viajeros distinguidos, monturas anónimas. En sus correrías por el sureste guatemalteco, entre 1839 y 1842, John Lloyd Stephens fue acarreado por sus semejantes de color. El relato de la experiencia tiene la minuciosa precisión habitual en el estadounidense: “(...) era una grande e incómoda silla de brazos, unida con tarugos y cuerdas de mecate. El indio que iba a cargarme, como todos los demás, era pequeño, no mayor de un metro setenta, (y) muy delgado (…) Una correa (...) fue atada a los brazos de la silla, y, tras sentarse, colocó su espalda contra la parte posterior (...), ajustó el largo de las cuerdas y suavizó con una pequeña almohadilla el mecate que atravesaba su frente (...) La levantaron dos indios, uno de cada lado, y el cargador se puso en pie, se quedó inmóvil un momento, me arrojó hacia arriba una o dos veces para acomodarme sobre sus hombros, y emprendió la marcha (...)”

Siguiendo los pasos de Stephens, el francés Désiré Charnay se adentra en el sureste 15 años después, y también viaja a lomo de chamula. Así lo cuenta: “Don Agustín, a nuestra llegada a Santo Domingo, fue a informarse con el alcalde si no tendría a mi disposición indios de la montaña que se dirigieran a San Cristóbal Jutiapa. Seis de ellos, del pueblo de Tumbalá, regresaban precisamente ‘con la espalda libre’. Los contraté. Hay que decir que, en toda la montaña, los indios hacen el oficio de bestias de carga, pues los caballos y las mulas son muy escasos y (además) no pueden franquear los senderos a pico.”

Lo mismo le ocurre en Cancú, donde “(...) no había caballos, pero el padre del lugar, siempre amable y bondadoso, puso a mi disposición cuatro indios que, provistos de una silla, debían transportarnos a Tenejapa, es decir, hacer una carrera de cincuenta kilómetros, mediante, creo, un peso cincuenta por hombre. El indio libre relevaba a su compañero cansado.

“Yo subía y bajaba con cada respiración, sentía su cuerpo temblar bajo el mío (...)”

Tanto el estadounidense como el francés dejan constancia de un íntimo malestar. Dice Charnay: “Se experimenta, al montar sobre esta bestia humana, un sentimiento desagradable donde se mezcla un profundo disgusto por la humillación que se impone a un ser de la misma naturaleza que uno y que lo lleva, por así decirlo, sobre su lomo”. Sólo que un razonamiento cómplice lo arruina todo. “Pero el desdichado tiene tan poca conciencia de su degradación, que uno termina por acostumbrarse”.

El francés trata de evadir su mala conciencia con el torpe argumento de que el ofendido no resiente la ofensa. Pero la desazón es más profunda, y sin duda el estadounidense la intuye: “Podía sentir cada uno de sus movimientos, hasta las elevaciones de su pecho al respirar. El ascenso fue uno de los más escarpados (...) A los pocos minutos se detuvo y exhaló un sonido, usual entre los indios cargadores, a medio camino entre silbido y jadeo, siempre doloroso para mis oídos pero que nunca había sentido tan desagradable. Yo subía y bajaba con cada respiración, sentía su cuerpo temblar bajo el mío y sus rodillas parecían ya flaquear (...) Allí permanecí hasta que me bajó por su propia voluntad. El pobre muchacho estaba bañado en sudor y cada uno de sus miembros temblaba. Ya otro estaba listo para levantarme”.

El desagrado que Désiré evade y John Lloyd asume, no se agota en la inequidad étnica y social, tiene que ver con la piel. No es lo mismo instruir que se aumente el destajo a los pizcadores enganchados, ordenar que se encarcele al rejego o incluso asestar personalmente un displicente chicotazo educativo, que la sumisión sin mediaciones, la servidumbre de contacto que se ejerce al montar en un semejante; acto primigenio que remite al arquetípico sojuzgamiento de la mujer por el varón.

Impregnarse del sudor impuesto a otro es participar en la química de la opresión. No son, pues, gratuitas las referencias de Stephens a las señas corporales de la monta: la proximidad extrema con el indio lo hace consciente de su respiración entrecortada, de su transpiración, de los estremecimientos de un cuerpo joven que tiembla bajo el suyo. El vértigo de las alturas se mezcla, entonces, con una vertiginosa intimidad. Una relación humana piel a piel que no puede trampearse: o hay reconocimiento mutuo o hay envilecimiento y sumisión. Y cuando se usa la silla de indio, es claro quién está arriba y quién abajo, pero no quién manda a quién. Más lo peor es el jadeo, esa suerte de gemido o relincho del cargador, que eriza a John, sobre todo cuando él es la carga. ¿Demasiado equino? No, sin duda demasiado humano.

Para no ensuciarse los zapatos. La tecnocracia se preciaba de habernos redimido de la anarquía y la barbarie, pero el sureste era su baldón: la esclavitud por deudas en los henequenales de Yucatán, los campos de exterminio tabacaleros de Valle Nacional, el enganche forzoso en las huertas de Soconusco, la tumba en las monterías (...) y la malhadada costumbre de jinetear indios. Por fortuna se emancipó a la pobrería, incorporándola a los murales vindicatorios y a los sectores del Partido Revolucionario Institucional. Pero en algunos lugares no hubo ni siquiera esa revolución. Henri Favre registra que “(...) hasta 1937 la presencia de Tzinkas en la ciudad de San Cristóbal Jutiapan seguía siendo objeto de restricciones legales y los indios tenían prohibido usar las aceras, montar a caballo y circular por las calles después de las siete de la noche, bajo pena de multa o prisión. Y si hace poco más de 60 años aún les estaba vedado montar a caballo, hasta fechas muy recientes seguían siendo montados por los hombres –y las mujeres– de razón.

El doctor Otto Hann dice que al principio no daba crédito a lo que le contaban sus parientes germano-chiapanecos: “Como el calzado elegante era de tela, en época de lluvias los empleados cargaban a mis tías para que no se ensuciaran los zapatos. Había las llamadas ‘sillas de indio’, que era un asiento sujetado a la espalda de un indio en la que cargaba a las personas en los lugares donde no podía usarse un caballo. Esto fue allá por 1981, y es hasta ahora que puedo creer lo que contaban mis tías”. (Entrevista con Marta Castillo).

Pero de un tiempo a esta parte los presuntos chamulas se han puesto respondones. Para empezar exigen que se les deje de llamar chamulas y se les identifique por su etnia y paraje; luego reclaman todos sus derechos. Porque la infamia no remite. Fueron herramientas, motores de sangre y máquinas de trabajo en la época del racismo duro, inditos en los años del racismo condescendiente y marginados a redimir con gasto social en tiempos de neoindigenismo consecuentador y políticamente correcto.

Hoy, cuando las monturas se sacuden al jinete y enderezan la espalda, es ofensivo y estúpido ofrecerles baratijas, cuentas de vidrio y espejitos. La infamia histórica no reside en que les hayan faltado microcréditos blandos y oportunidades educativas de excelencia, el hecho es que se les ofendió y humilló desmesuradamente. Y el hombre que fue montado por el hombre tiene ante todo un pendiente ético, un adeudo moral. Las mataduras de la silla de indio, como las del cepo, el trozo y el chicote, no sanan con inglés y computadora, ni con bochos, teleras y changarros; remiten, si acaso, con justicia, respeto, libertad y buenos modos; lo demás también importa pero vendrá por añadidura.

SALUDOS XINKAS


XANKI PA'RI: Buenos días!!
RALH NA PA'RI: Buen sol!!
TAWALAY PA'RI: Bendecido día
T'ZAMA PA'RI: Un día lleno de luz y paz para tu corazón
TARTI A NA MENTO: Mi energia y mi corazón te saluda.

No importa como nos saludes en Xinka... SOLO NUNCA OLVIDES TU IDIOMA... ES TU HERENCIA!!