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PUBLICACION REVISTA D

sábado, 21 de septiembre de 2013

LA INQUISICIÓN EN GUATEMALA


TRES SIGLOS DE INQUISICION EN GUATEMALA
Cuando los tentáculos del Santo Oficio alcanzaron tierras guatemaltecas

El poder de la Iglesia tambaleaba sobre las oscuras aguas del protestantismo. Había curas de poca monta que se pervertían frente a rebosantes tarros de vino y las mujeres eran visitadas —extrañamente— por demonios nocturnos que las embarazaban.
El mundo cristianizado se hacía indómito. Para controlarlo se necesitaba de una mano muy fuerte. Así, España decidió extender, en el siglo XVI, su tentáculo justiciero hacia estas tierras americanas.
Dicen que el arma de oro en manos coléricas se convierte en espada de sangre. En efecto, para extraer con todo y raíz a los desviados era necesario establecer un tribunal que controlara a los sembradores del vicio. Tal fue la tarea del tribunal de la santa Inquisición. Pero abordemos, pieza por pieza, el significado de tan sugerentes palabras: santa Inquisición.
Según los diccionarios —y particularmente el de la Real Academia Española— santa es una palabra que viene del latín sanctus, que significa perfecto y libre de toda culpa. Otros adjetivos que están bien casados con la santidad son los calificativos sagrado y virtuoso. En cuanto a la palabra inquisición, procede del latín inquisitio, y es la acción de inquirir.
La santa Inquisición no es otra cosa, en teoría, que la inocente indagación acerca de algo. Pero la connotación universal se refiere a una fiesta de torturas y muerte. Los blasfemos irreconciliables eran quemados o muertos por inmersión en agua, previo humillante y público castigo.
Son varios los tomos que se han escrito acerca de la Inquisición desde sus orígenes hasta su ocaso. Muy poco se ha investigado, sin embargo, de su paso por estas tierras del reino de Guatemala. Y la primera pregunta que debemos formulamos es esta: ¿Hubo cárceles, torturas y cuantioso derramamiento de sangre debido a la Inquisición en el país? No. 
Contrario a lo que se podría pensar —y según los estudios hasta la fecha— la Inquisición de Guatemala, a pesar de practicar los indígenas ceremonias que la Iglesia asociaba con los demonios, no implicó un baño de sangre. En tres siglos solo hubo una condena a la hoguera, como se verá más adelante. Sí que hubo injusticias, pero no debido a la Inquisición como organización, sino a la crueldad de los conquistadores, curas y otras autoridades, desde que arribó Cristóbal Colón, en 1492, con sus carabelas cargadas de soldados y gente que se abrió paso entre la selva. El Santo Oficio fue ordenado 77 años después, cuando fueron introducidos los tribunales, en 1569, en Lima y México —a Cartagena llegaron todavía más tarde, en 1610—.
Al historiador Ernesto Chinchilla Aguilar debemos la investigación más detallada y descriptiva, publicada en su libro La Inquisición en Guatemala —1953; edición facsimilar 1999— y que fue su tesis para culminar sus estudios de Historia realizados en México.
Antes de Chinchilla se ocupó del tema el presbítero y doctor Martín Mérida (1825-1895) en su Historia crítica de la Inquisición en Guatemala, quien se basó en los documentos conservados en la Biblioteca Nacional de Guatemala cuando era director de esa el poeta cubano José Joaquín Palma. Después de Chinchilla, se tienen los aportes de Jorge Mario García Laguardia en su ensayo Orígenes de la democracia constitucional en Centro América, y en su artículo Documentos del Santo Oficio de la Inquisición en Guatemala (El Imparcial, julio de 1979); además, el artículo escrito por John Browing, publicado en la Historia General de Guatemala, bajo el título Heterodoxia ideológica: la Inquisición. Pero además de esos existe una importante tesis, la del historiador Enrique Gordillo Castillo, titulada Protesta popular y concepción terrenal de la vida: El caso de Francisco de Jesús Arévalo (1991). 

Varios de los documentos originales —actas notariales y anónimos confiscados— hoy pueden ser leídos en el Archivo General de Centro América, pero la mayoría, los consultados por Chinchilla Aguilar, solo en México.

Así comenzó todo

En América solo hubo tres tribunales del Santo Oficio, los de México, Lima y Cartagena. Guatemala dependía de los tribunales de México. El 12 de septiembre de 1572, el juez inquisidor general, cardenal Diego de Espinoza —desde España— dio poderes al licenciado Pedro Moya Contreras —en México—, y este, a su vez, al presbítero Diego de Carvajal —en Guatemala— para ejercer la comisión del Santo Oficio.
Elementalmente, la Inquisición era un organismo dedicado a castigar a quienes cometieran delitos contra la fe católica y faltas graves a la moral. La Inquisición española persiguió a protestantes, moriscos y judíos, pero fueron pocos de estos los que se refugiaron en Guatemala. “(Eran) víctimas de la persecución en España, y en América casi no lograban introducirse” —Chinchilla—.
Sin embargo, las autoridades recibían enormes cantidades de denuncias sobre supuestos herejes, blasfemos, bígamos, frailes que hacían “solicitudes” —que pedían favores sexuales a cambio de absolución en los confesionarios— y otros delitos.

En el caso de los indígenas

“No habéis de proceder contra los indios del dicho vuestro distrito, porque por ahora, hasta que otra cosas se os ordene, es nuestra voluntad que solo uséis de ella contra los cristianos viejos y sus descendientes”. Esta es parte de las instrucciones enviadas a América, recibidas en 1573.
Pero hay otra razón, todavía más interesante, por la cual los indígenas no serían perseguidos por la Inquisición; esta nos la explica el historiador Gordillo Castillo en su tesis de maestría en Historia, El Protectorado de Indios en el Reino de Guatemala: “Los indios fueron declarados “miserables de espíritu” desde el siglo XVI, que en la época significaba que eran como “menores”, incap
aces de distinguir entre el bien y el mal. Por esa razón se creó un sistema de protección que incluyó su aislamiento de los españoles —que eran “malas influencias”— y un sistema de tutelaje. Uno de los “privilegios” fue que no estaban afectos a la Inquisición”. 

La prohibición de perseguirlos, sin embargo, fue incumplida. El caso más documentado es la orden que dictó el comisario Antonio Prieto contra el baile ceremonial llamado Tum-teleche, también llamado Loj-tum, que era celebrado en Mazatenango.

La prohibición del Tum-teleche

Según el acta, se trataba de una ceremonia celebrada en San Bartolomé Mazatenango, que simulaba, con música triste y bailes, la extracción del corazón de un preso de guerra, con todo y sus nahuales, que eran un tigre, un león, un águila “y otro animal”. Todo eso se hacía entre alaridos, al ritmo de un son “horrísono y triste”. El comisario Antonio Prieto de Villegas, promulgó un auto en el que mandó prohibir que lo bailaran.
Este mismo comisario recibió una interesante denuncia en contra del ermitaño Juan Corz, quien habitaba el hoy famoso Cerro del Carmen.

El caso de Juan de Corz

Cuando se habla del ermitaño Juan de Corz —o Juan Corz—, se suele imaginar a un solemne monje tullido por las oraciones y ojeroso por las penitencias. Pero obra una denuncia contra él. Juan Aguilar Suárez, beneficiario del Valle de Mixco, lo acusa de 15 cargos. Entre ellos dice que Juan Corz asegura que se hacen milagros en su ermita; pide limosna para las almas del Purgatorio; permite que lleguen “mujeres muy tarde, y casi de noche, en romería, a la dicha hermita, estando en un monte apartado de las poblaciones”; pide dinero para comprar pollos; es muy “cudicioso”; vende candelas de cera; anda a caballo, “es moso, come y beve mui bien” y se hace pasar por santo. Sigue otra cadena de acusaciones tales como que exhibe una cadena de hierro que carga al cuello, solo para presumir de penitente.
El caso, que data de junio de 1620, no afectó a Corz. Escribe Chinchilla en la Historia General de Guatemala: “No se siguió proceso formal contra el religioso, autor de la primitiva ermita del Cerrito del Carmen”.
Como se mencionó, desde la llegada de Colón fueron 77 años sin Santo Oficio en América, pero eso no significa que no hubiera prácticas inquisitoriales. Estas fueron ejecutadas todo ese tiempo por los miembros de las órdenes religiosas. Eran ellos quienes hacían los interrogatorios y las condenas o absoluciones según lo consideraran justo. Por eso, una de las primeras y más delicadas tareas del Santo Oficio fue poner orden; pero ese traspaso de poder creó fricciones entre los eclesiásticos. En esa etapa, encontraron que los de las órdenes eran crueles, pues requerían “tormento, prisión y confiscación de bienes durante los procesos” (Chinchilla). Es el caso, por ejemplo, del obispo de Charcas, quien procedió contra el escribano público Rodrigo de Evora, a quien castigó “con coraza, soga y vela en la mano, y desnudo y en cuerpo, le paseó públicamente en la Villa del Realejo, donde le hizo leer la sentencia que le condenaba a seis años de galeras al remo y en trescientos azotes que habían de dárseles en diferentes pueblos”.
Otro ejemplo de abuso de poder es este otro que registra Chinchilla: “En Guatemala no se tiene noticia de autos de fe en que se haya inmolado a personas, pero sí se sabe de uno que se llevó a cabo aproximadamente entre 1558 y 1559, durante el obispado de Marroquín, en el cual se penitenció públicamente a muchos indios vestidos con sanbenitos (…) se azotó a los indios y se quemó una regular cantidad de ídolos”.
A 30 años de la instauración del tribunal había por lo menos 50 personas con nombramiento de calificadores —censores de libros—, familiares —así se llamaba a los vecinos que colaboraban con el Santo Oficio promoviendo la moralidad— y notarios.

Lectura de edictos

Básicamente, un edicto contenía amenazas para que la población denunciara a quienes practicaran herejía, hechicería, o que fueran judíos, moriscos y protestantes. También se advertía de los libros prohibidos, y se intimidaba con las condenas que podrían padecer quienes, sabiéndolo, no los denunciaran. 
Luego de la lectura de un edicto surgían denuncias espontáneas. Esto es, los pobladores acudían a reconocer sus pecados, aunque a veces eran bastante inocuos e, incluso, los pecados ocurridos hacía más de 20 años. En estos casos, los comisarios los reconciliaban fácilmente por medio de la absolución. Entre las culpas más frecuentes estaba el decir, por ejemplo, “que no se creía en el Papa, en la Santísima Trinidad, en la Inmaculada Concepción de María, en las fiestas de guardar o en las indulgencias, así como que los santos no eran más que lienzos o pedazos de madera pintados” (Chinchilla).

Procedimiento 

Los inquisidores, testigos y denunciantes debían guardar riguroso secreto de cada proceso, so pena de excomunión. Después de recibida una denuncia —cualquiera podía decir, por ejemplo, “mi vecino es hereje”—, se procedía a recavar información. Según el caso, se capturaba a los sospechosos, a oscuras y sigilosamente; y luego de interrogarlos, si era pertinente, eran enviados a México para que siguieran siendo investigados —allí sí eran torturados—. Los gastos de su transporte y alimentación corrían por su propia cuenta. 
Si su declaración no satisfacía al tribunal de México, se le tenía por un tiempo bajo la dirección espiritual de un sacerdote, preso en cárceles secretas, torturado, y si los delitos eran graves, era llevado a la hoguera (en Europa podían morir también bajo el agua). Si salía absuelto, de todas maneras terminaba muy afectado, pues los procesos eran lentos; podían durar años.
La condenas pequeñas incluían la confesión en privado y una leve abjuración —llamada abjuración de levi—; otras más graves, una muy sentida abjuración en público —de vehementi—, vejaciones tales como vestir un hábito de penitenciado —llamado sambenito—, el paseo en público por las calles principales.
Dice Chinchilla: “Las denuncias elevadas por los comisarios al tribunal de México no fueron admitidas en su mayoría, y de los aproximadamente 400 dictámenes remitidos a dicho tribunal en los siglos XVI y XVII, solo unos 40 terminaron en la formalización de un proceso. De los reos enviados desde Guatemala a las cárceles del mismo tribunal fueron castigados no más de 85 con penas graves y 60 con sanciones leves; solo un reo fue llevado al patíbulo en 1575: el irlandés William Corniels, que vivía en Sonsonate”. Este personaje fue acusado de practicar el protestantismo.
Entre los castigados que menciona Chinchilla se encuentran, por ejemplo, estos casos: 

Figuró en auto público Gaspar Zapatero, por haber dicho que la fornicación no era pecado. Se le castigó a la pena de “vela, soga, mordaza, abjuración de levi y doscientos azotes”. 
En 1574, a Juan de Valderrama se le siguió proceso por haber dicho que los sacramentos y la confirmación y la eucaristía eran simples ceremonias, “y que él podía moralizar sobre los evangelios como cualquier teólogo”; se le condenó a sufrir de vela, abjuración de levi y un año de destierro.
En 1590, Blas Pérez de Ribera, un joven soldado que “queriéndose vestir una camisa y hallándola mojada, dijo que renegaba de Dios”. Debido a que le robaron su espada, dijo que “renegaba del cielo y de cuantos allá estaban”. Fue condenado a vela, soga, abjuración de levi, cien azotes y destierro por dos años.

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Instrumentos de tortura

Debido a que nos restringimos a la Inquisición en Guatemala, de más estaría mencionar los ingeniosos instrumentos de tortura inventados durante ese período. Los museos del crimen del mundo exhiben máscaras de metal, sillas con clavos, hierros para atornillar dedos, cascos para destripar cráneos, ruedas de carreta para destripar cuerpos, máscaras con lengua larga —para mentirosos—, máscaras de cerdo —para los moralmente sucios—, bolas de acero o potros de madera. 
No existen en Guatemala piezas como esas debido a que, como dijimos, no tenía esta región un tribunal de Santo Oficio, sino una sede inquisitorial, que operó del siglo XVI hasta principios del XIX. En todo ese tiempo hubo 24 comisarios para las 43 comisarías del Santo Oficio. En 1773, las actividades se suspendieron por algún tiempo, debido al terremoto que destruyó a la ciudad de Santiago. Después de la Revolución francesa (1789), la Iglesia se vio amenazada por la Ilustración y el afrancesamiento. Se siguieron procesos contra personas simpatizantes de dicha revolución y “se procura impedir la circulación de los libros prohibidos” (Chinchilla). Eso perduró hasta principios del siglo XIX.

Casos famosos

Además del de Juan Corz, hay otros casos que merecen un vistazo. Entre 1557 y 1558 fue acusado el regidor Francisco Del Valle Marroquín, procurador de la ciudad de Guatemala, pariente del obispo Francisco Marroquín. Se le acusaba de haber seducido —por medio de encantamientos— a la doncella María de Ocampo. La joven tuvo que confesar que había sido cautivada por el demonio, encarnado en don Francisco. El tribunal de México absolvió al acusado.
El franciscano fray Pedro de Arista, en 1626, fue denunciado de “encarecer los méritos de cierta dama, comparándola a la Virgen María”.
En la época del comisario Felipe Ruiz del Corral —uno de los más célebres inquisidores, debido a su carácter firme— vino de Panamá a Guatemala un tal arzobispo de Myra, que en realidad era solo obispo y no tenía nada que hacer en esta tierra. Pero se le rindieron los honores; fue alojado en el convento de La Merced, se le dieron limosnas para cierta delicada misión que él decía tener y además coronó una imagen de la Virgen María; al hacerlo, puso el pie descalzo sobre el altar. El comisario Del Corral lo acusó de impostor. Se hicieron las averiguaciones y dieron en que, efectivamente, no era arzobispo. Fue desterrado a perpetuidad de las Indias.
Don Felipe Ruiz del Corral persiguió, además, al primer cronista de Guatemala, fray Antonio de Remesal, cuyo libro Historia general de las Indias Occidentales y particular de la gobernación de Chiapa y Guatemala fue decomisado y expurgado. 
Entre los numerosos cargos está que el dominico conocía las lenguas griega y hebrea —por lo tanto podía ser judío—. “Los cinco cajones que contenían 198 ejemplares del libro de Remesal fueron interceptados en septiembre de 1620, y todavía en 1627 continuaban las tribulaciones del cronista, sin que se pueda saber en qué paró el proceso, pues a partir de ese año no se volvió a tener de él noticia alguna” (Historia de Guatemala, Chinchilla).
Otro caso. En 1621, el místico fray Jerónimo Larios fue llevado a juicio porque aseguraba que hablaba con la Virgen. Según Ruiz del Corral, todo era producto de una locura debida a sus ayunos. El fraile aseguraba, además, que estando en su cuarto había sido llevado en la noche, en espíritu, al Purgatorio, donde vio padecer a muchas almas. Tenía 65 años y solo fue condenado a dos años de destierro fuera de su convento y de México.

Más casos

Estos son algunos encontrados en el Archivo General de Centro América. En 1779, don Alonso Cortes, comisario del Santo Oficio de la Nueva Guatemala de la Asunción, recibe una queja contra “Rafael Montenegro, soltero, español, hijo bastardo de Balthasara Montenegro, natural del pueblo de Pinula, una negra de esta capital”. El denunciante, “por cargo de su conciencia, dice y denuncia” que el acusado tiene una piedra imán para conseguir mujeres. 
1793. Dionicia Días, mulata, natural del pueblo de Amatitlán, “dice que hará como catorce años” el mozo mulato Marías Bardales le pidió 12 alfileres que puso bajo agua consagrada y después detrás de la puerta de la Iglesia “para conocer las brujas que avía en ese lugar, las que no podrían salir de la Iglesia mientras no se quitaran dichos alfileres”.
1794. Un hombre es denunciado porque dice que tiene polvos para conseguir mujeres. La denunciante dice que “hará como cinco años” que en el pueblo de Dueñas un “moso mulato”, Matheo Reyes, de 20 años, dijo que “para conseguir mugeres para fin inhonesto, eran a propósito los polvos de queso de un pájaro que se ve dando saltos de noche por el camino y se hacen dichos polvos enserrándolos dicho pájaro (…) en día viernes, y sacados después los quesos, luego, a los quince días, reducidos a polvo y echados a la muger que se solicita”.
1810. Don Mariano —apellido ilegible— fue acusado de hacer figuras desnudas, a lo cual se defendió diciendo que elaboró un Nacimiento con Misterios, pastores, vacas, casas de campo y crustáceos. Y los cuerpos desnudos estaban bañándose en el Nacimiento. 
En otro caso, don Mariano Idelfonso Arévalo, presbítero domiciliario, “digo: que ha llegado a confesarse conmigo una persona campestre: esta tal ha tenido varios pensamientos injuriosos a la integridad de Nuestra Señora. Los ha proferido juntamente con otros de que dudaba si hay infierno y purgatorio”. La denuncia del cura va acompañada de una solicitud para absolverla, porque ella dice estar arrepentida, pero que antes quiere saber si el representante del Santo Oficio, Bernardo de Corzo, quiere añadir alguna penitencia. En respuesta, el arzobispo le responde que puede proceder a absolverla con la penitencia que considere justa. 
1820. El vicario de San Andrés Iztapa, Chimaltenango, dice que Mariano Azurdia, conocido como Cuete Doble, fue puesto preso por su madre porque le escuchó proferir palabras tales como “que no había un Dios, y que si lo había, la quería tener con él. Que si en sus manos tuviera la Ostia Consagrada, la haría pisotear. Que pisaría la corona de María Santísima, y otras blasfemias”. Una nota agrega que el acusado se fugó de la cárcel.

El caso de los anónimos 

En 1817, a las puertas de la Catedral y de otros templos aparecieron anónimos blasfemos. Las autoridades eclesiásticas interrogaron a varios denunciados. Tales anónimos tenían un tono altamente sacrílego. En el Archivo General de Centro América se tienen guardados 54 hojas con las actas y los documentos. Algunos de estos dicen: “No creas en Dios”. O bien: “Eregia en berso (sic) glosado contra Dios”. Había páginas con “Mandamientos” tales como “Amarse asimismo sobretodo”, “Aborrecer el nombre de Dios”, “Profanar las fiestas”, “Declararse enemigo de la iglesia” y “No creer lo que no hemos visto”. Lo más interesante es que el autor de los papeles heréticos era un mulato que se entregó voluntariamente. Este caso fue explorado por el historiador Enrique Gordillo, quien lo expone en su tesis que se refiere a El caso de Francisco de Jesús Arévalo. 
El historiador —consultado verbalmente para este reportaje—, lo explica de esta manera: “Los hechos ocurrieron a mediados de 1817, cuando aparecieron en las puertas y en el interior de los templos, así como debajo de las puertas de casas particulares y esparcidos por las calles de la ciudad, “pasquines heréticos y blasfemos” en contra de la Iglesia proclamando una nueva religión hereje. El capitán José de Bustamante y Guerra mandó investigar a todos los sospechosos. El 31 de agosto se entregó, al arzobispo Casaus y Torres, Francisco de Jesús Arévalo, un mulato de 23 años, sastre, hijo de una esclava negra de doña Juana Martínez viuda del impresor don Sebastián Arévalo. Al mismo tiempo, Juan Francisco Samayoa lo delataba ante el Capitán General. Ambos habían crecido juntos en la imprenta más importante de la época y compartieron libros e ideas. Es un caso extraordinario. Francisco de Jesús Arévalo y Juan Francisco Samayoa estuvieron presos desde el 2 de septiembre de 1817. Recobraron su libertad como consecuencia de la supresión de la Inquisición, el 9 de mayo de 1820. Samayoa se graduó de Bachiller en la Universidad, en tanto que no se volvió a saber de Francisco de Jesús Arévalo”. Este caso ya no fue conocido por el Tribunal de la Inquisición en la ciudad de México. 
Tal como lo escribe el historiador, el Santo Oficio fue abolido en 1820. No obstante, el mismo ya había tenido una primera abolición, gracias a las Cortes de Cádiz, en 1813, pero había vuelto a funcionar cuando retornó al poder Fernando VII. 
En las instrucciones definitivas, dirigidas al entonces capitán general don Carlos Urrutia, en 1820, se lee que deben ser puestos en libertad todos los presos “que existen en sus cárceles por opiniones políticas o religiosas”.
Un año más tarde se firmaría la Independencia.

La santa Inquisición
Fue la institución católica dedicada a la supresión de la herejía. La Inquisición medieval, de la que derivan todas las demás, fue fundada en 1184 en el sur de Francia para combatir la herejía de los cátaros. En 1249 se implantó en el reino de Aragón, y fue extendida como Inquisición Española (1478 - 1820).