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PUBLICACION REVISTA D

domingo, 2 de agosto de 2015

LEER LA BIBLIA, COMO SI TODO FUERA TAN FACIL


LEER LA BIBLIA.... 
¿COMO SI TODO FUERA TAN FÁCIL?

Nada tan efectivo como hablar de religión para llamar la atención. Sobre todo para crear cortinas de humo y para que la población enfoque sus esfuerzos en debatir temas de carácter religioso en lugar de hablar sobre cuestiones ciudadanas que pueden afectar su futuro inmediato y a largo plazo. Y no quiero decir con ello que la religión sea mala, ni mucho menos ni mucho más, sino que simplemente, en pleno siglo XXI, se esperaría que cada uno pudiera tener la libertad de elegir y practicar el culto que prefiriera, que le gustara, que le satisficiera. O simplemente de no practicar ninguno si así lo desea.

Lamentablemente, para quienes aducen que leer la Biblia en las escuelas como obligación sería algo bueno, provechoso, y que ello cambiaría con los años la mentalidad de quienes así se han formado, en la mayoría de casos tal vez han olvidado que hay miles de proyectos fallidos en este sentido. Y además parece que no cuentan ni con la experiencia ni con la vivencia docente que implicaría llevar a cabo dicha empresa dentro de las aulas.

Supongamos que (y realmente voto por que no) dicha propuesta de ley se convirtiera en una realidad. De inmediato surgiría una cuestión sumamente importante: ¿qué Biblia se leería? ¿La católica o la evangélica? Porque, según datos estadísticos, existe un 47% de población católica frente a un 41% de evangélicos. Habríamos un 13% flotante, cuyos derechos religiosos no se respetarían (Yo soy budista, en un pais que me quiere obligar a ser católico y a mis hijos), lo que ya es bastante, pero, como en nuestro país no suelen respetarse los derechos humanos, da la impresión de que esto tampoco importaría.



Como es de suponerse, cada maestro leería la Biblia que conoce y le daría la interpretación que quisiera. ¿Quién podría impedirlo? Entonces, para poner un simple ejemplo, un niño podría tener en primero primaria la versión católica, en segundo la evangélica, en tercero la unificada, en cuarto alguna versión repetida, y así sucesivamente. Tal vez luego de leer varias versiones llegará a la conclusión de que sería bueno que ya no hubiese más divisiones y terminaría creando una versión holística de la Biblia, lo que, pensado así, tampoco estaría mal.

Luego habría otro problema: ¿quién escogería qué parte de la Biblia leer? Seguramente los maestros y las maestras que impartirían las clases. Pero, para que la propuesta realmente funcionara, los maestros tendrían que tener una capacitación sobre la lectura de textos religiosos en aulas donde la educación es laica. Esto constituiría otra dificultad, tomando en cuenta que, como es ampliamente conocido, del presupuesto del Ministerio de Educación, aproximadamente el 96% se destina al pago de los salarios de los maestros en las actuales condiciones.

Por ello resulta obvio que aquí también entrarían en juego las preferencias personales de los docentes. Algunos pasarían del Antiguo Testamento al Apocalipsis, dependiendo de qué quisieran infundir en sus estudiantes. Y otros se enfocarían en esas historias instructivas en las cuales los padres en estado de ebriedad violan a sus hijas y procrean hijos con ellas. O en aquellas otras en las cuales hermanos tienen relaciones incestuosas entre sí. O en aquellas otras en las que un hombre engaña a su esposa con muchas mujeres. Otros más poéticos tal vez querrían leer el Cantar de los Cantares o concentrarse en los Salmos. 

Y yo particularmente me inclinaría por la Primera Carta a los Corintios, que por cierto tanta falta nos hace poner en práctica.
En fin, desde el siglo IV, cuando se instituyó en el Imperio romano la religión cristiana como oficial, hasta que perduró como aliada del Estado en el siglo XVIII, el estudio de la Biblia no logró que las personas, ni individualmente ni como sociedad, fueran mejores ni más buenas ni más honestas ni menos mentirosas ni menos ladronas ni más pacientes ni más tolerantes.
Y esto lo sabe bien tanto quien propuso la ley como quienes están detrás de él. Por nuestro lado, nos damos cuenta de que esta propuesta de ley es solo una cortina de humo para que se nos nublen los ojos, nos lloren y nos dividamos entre nosotros, mientras ellos, como siempre, siguen ocultándose tras su aparente práctica de la religión y su lectura de las Sagradas Escrituras para seguir cometiendo sus fechorías en la más grande y total de las impunidades.