INFORMACIÓN

INFORMACIÓN

PUBLICACION REVISTA D

jueves, 15 de diciembre de 2011

PUBLICACIÓN DE PRENSA: LOCALISMOS

El choyudo
chichigüite
LOCALISMOS
ARTES ORALES DE LAS REGIONES

En su camino, un muchacho encontró a unos bolecos; comió alborotos y vio la chinga de los gallos.

POR ROBERTO VILLALOBOS VIATO
Localismos
La lingüista María del Rosario Molina explica que los localismos “son vocablos o locuciones que solo tienen uso en un área restringida”, sea un departamento, provincia, región o un país. Muchos desaparecen con el paso del tiempo y quedan como arcaísmos. “El idioma viene, se queda un tiempo estacionado y luego reencarna con otro significado”, dice Francisco Pérez de Antón. 
Glosario (ver abajo). 

Con choya caminaba aquel patojo desguachipado. Su pobreza no le permitía tener zapatos, por lo que iba con las plantas de los pies desnudas. Sobre su cabeza llevaba un chichigüite lleno de guajes para ir a vender a la abarrotería de cinco cuadras más adelante.

En su camino vio a un canche chapetón, muy bien vestido y que se distinguía por un prominente güegüecho. “¡Me lleva Candanga! Otro chancletudo presumido en la ciudad”, exclamó el muchacho.

El chapetón lo escuchó y lo volvió a ver. El patojo, asustado, salió corriendo antes de que le dijera algo. “¡No huyas, chabelón!”, le gritó el señor.

Una cuadra más adelante, en una cantina, se encontró a dos bolecos chaparrastrosos que estaban sentados afuera, clavándosela con unos octavitos. Cerca de ahí caminaba un perejil que los miraba de mala forma, pues estaban haciendo escándalo. Los dos bolecos se levantaron rápido y uno de ellos llevó cargado al otro que ya no podía caminar. “Tengo un agüizote con ese perejil; vámonos, no vaya a ser que nos lleve a jeruza”, dijo uno.

Ambos estaban tan mal que cayeron despernancados. El más destorrentado se hizo un enorme chinchón. El otro solo soltó una carcajada.

El patojo del chichigüite, para evitar problemas, prefirió seguir con su camino.

Más adelante encontró a un chunero que andaba hablando a hurtadillas con la de adentro de una casa de familia acomodada. 

El chunero, como buen chucán, solo chucanadas le decía a la de adentro, quien solo reía. “Ya se la ganó”, pensó el patojo.

A la siguiente cuadra estaban las chinamas de la feria, donde, como siempre, había una catizumba. El muchacho se detuvo en el chingolingo, donde estaba el ateperetado y chilero chingolinguero que animaba el juego. Al lado del patojo estaba un tipo canche y cipotón que se acompañaba de un molesto cigarro. La gente a su alrededor tosía, pero se aguantaba, excepto un niño que empezó a llorar de tanta tosedera. Su mala madre, en lugar de reclamarle al del cigarro, le dio un chipotazo a su hijo.

De repente, se anunció a un ganador. “¡Arredovaya, no lo puedo creer!”, exclamó una mujer bayunca, acreedora de varias monedas, las cuales, dialtiro, empezó a hacer chinche para júbilo de los asistentes. El muchacho solo amalayó algo del premio, pues no alcanzó nada.

Con cierta decepción, siguió su camino. Para compensar, fue a alegrar su estómago con algo de comida. Así que se compró un chojín, una chilaquila, un elote y, como postre, unos alborotos.

Al terminar salió de la feria. En las afueras estaban las peleas de gallos. Un chico lanzaba canchinflines cerca de la entrada para atraer público.

Adentro, la gente chiflaba. Así como había señorones de buena posición económica que no soltaban la cachimba, también los había achimeros y otros de escasos recursos que aún llevaban encima el cacaxte. Incluso, por ahí andaban escondidos un chajal y una chajala, quienes, de hecho, eran los más bulliciosos.

Abajo, en la arena, estaba por empezar la riña. Primero hicieron la chinga. La gente se emocionó. Y dio inicio el duelo de gallos. Más chiflidos. Un asistente levantó los brazos y casi dejó choco al que estaba a su lado. Hubo un conato de pelea, pero no pasó de eso.

De pronto, el patojo recordó que tenía que ir a dejar el chichigüite a la abarrotería. 
Así que salió de las peleas de gallos y empezó a correr más rápido que los canchinflines que seguían disparando por ahí. Pisó un chaye que estaba tirado en el piso, pero ni eso lo detuvo. 

Al tiempo, todo aguado y destorrentado, llegó con el encargado de la abarrotería, quien le reclamó la tardanza. “A saber ni qué estabas haciendo! ¡Ya mero pasan los azacuanes y no venís para acá, condenado!”, le dijo.

Pero el chico, pese a estar con la planta del pie ensangrentada y recibir una regañada, estaba feliz. Al final de cuentas, tuvo un entretenido trayecto, pues le dijo lo que quiso al chapetón, se rió de dos bolecos y disfrutó estar en la barahúnda de la feria.


Dinamismo

Esta historia se escribió con guatemaltequismos del siglo XIX. Muchos de ellos desaparecieron, aunque otros están vigentes. Con el paso del tiempo, algunos cambiaron su significado. Es parte del dinamismo de las lenguas.

Glosario

A saber. Que se ignora. 
Abarrotes. Tienda. 
Achimero. Buhonero. 
Aguado. Desfallecimiento; agotado. 
Agüisote. Mal presentimiento. 
Alborotos. Dulces de maíz tostado y reventado, con baño de azúcar prieta —una especie de poporopos—. 
Amalayar. Anhelar. Antes se empleaba como verbo. 
Arredovaya. Exclamación que equivale a ¡cáspita! 
Ateperetado. Persona locuaz, aturdida o torpe. 
Azacuán. Ave migratoria. También se empleaba para anunciar el invierno o para expresar la tardanza de alguien. 
Bayunco. Cursi o “como toro de feria”, es decir, alguien muy adornado. 
Boleco. Borracho. 
Cacaxte. La carga que lleva sobre su espalda —gallinas, verduras, etcétera—. 
Cachimba. Pipa. 
Canche. Rubio 
Canchinflín. Petardo. 
Candanga. El diablo. 
Catizumba. Multitud. 
Cigarro. Cigarrillo. 
Cipote o cipotón. Rechoncho, obeso. 
Clavársela. Emborracharse. 
Chabelón. Cobarde o amujerado. 
Chalchigüite. Baratija; adorno. 
Chajal. Indígena que estaba al servicio de un cura. Chajala era la que se ocupaba de su servicio doméstico. 
Chaparrastroso. Sucio y desgreñado. 
Chapetón. Español recién llegado a América. 
Chancletudo. Personas calzadas. Así se refería la gente que no usaba zapatos hacia los que sí los utilizaban. 
Chichigüite. Canasto. 
Chaye. Vidrio quebrado. 
Chilaquila. Tortilla rellena de queso. 
Chiflar. Silbar con fuerza. 
Chilero. El que vendía chile o el que gastaba bromas picantes. 
Chinama. Toldos que se instalaban en las ferias. 
Hacer chinche. Lanzar monedas u objetos de valor. Ejemplo: “En el gobierno hacen chinche todos los impuestos”. 
Chinchón. Protuberancia que se forma en la cabeza tras un fuerte golpe. 
Chinga. Se hace chinga en el juego de gallos, cuando uno de ellos se le presenta a otro para provocarlo. De ahí viene que una persona está chinguiando a otra persona. 
Chipote y chipotazo. Golpe dado a los niños con la palma de la mano. 
Chichigüite. Cestas o canastas. 
Choco. Tuerto. También era la moneda de medio real. 
Chojín. Plato con carne de cerdo, chile, rábano, yerbabuena, cebolla y otros ingredientes. 
Choya. Pereza. 
Chucán. Bufón, ocurrente. 
Chucanada. Chuscada, jocosidad. 
Chingolingo. Un juego de feria. 
El chingolinguero es el que anima el juego. 
Chunero. Ayudante de albañil. 
La de adentro. Empleada doméstica. 
Despernancarse. Caer con las piernas mal colocadas. 
Destorrentado. Desarreglado. 
Descacharrado. Que viste mal. 
Dialtiro. Del todo. 
Desguachipado. El que lleva la ropa en desorden. 
Elote. Mazorca. 
Guajes. Baratijas. 
Güegüecho. Bocio. 
Perejil. Policías —antes se vestían de verde—. 
Fuente: Vicios del lenguaje y provincialismos de Guatemala (1892), de Antonio Batres Jáuregui. Por la extensión de la obra, para esta historia solo se tomaron algunas palabras de la “A” a la “G”.